El silencio se recoge dos veces

Raquel Santamarta
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La Hermandad del Silencio no pudo procesionar por la lluvia y los hermanos rezaron en San Pedro

Hermanos y fieles esperan junto a uno de los pasos la decisión sobre la salida de la procesión. / - Foto: TOMÁS FERNÁNDEZ

No sonó el cornetín, tampoco los tambores ni el ruido de las cadenas. La junta de hermandad del Silencio apuró hasta última hora, pero la falta de seguridad obligó a suspender una peregrinación de casi cinco ante la amenaza inminente de lluvia. Con los ojos puestos en el cielo, centenares de ciudadrealeños esperaban expectantes en los alrededores de San Pedro a que el Cristo diera sus primeros pasos entre dos largas filas de penitentes y seguido de la Virgen del Mayor Dolor pero, al igual que en 2008 y 2011, no pudo ser y el Silencio se hizo oración en el templo.  

Jaime de Borbón, para quien era su primer año, llevaba la desilusión pintada en la cara: «Tengo hasta ganas de llorar, porque es mucho tiempo preparando este momento y son muchas las ganas de salir a la calle». No obstante, aseguraba entender la decisión del hermano mayor, Rafael Ruiz, y del resto de la Junta de Gobierno: «No están las cosas como para arriesgar el patrimonio. Son maderas antiguas y su tratamiento es muy caro».

Por su parte, Pablo Salazar, con 36 de trayectoria en la cofradía, se mostraba apesadumbrado sobre todo por sus hijos. «Este es el tercer año que no podemos salir», lamentaba incidiendo, pese a todo, que «la decisión es lógica». Y es que este año el tiempo tampoco ha dado un respiro a la hermandad en la procesión de la Virgen del Mayor Dolor, que el Martes Santo tampoco pudo desfilar.

Los hermanos, más de 2.000, permanecieron en el interior de San Pedro y rezaron allí, de pie y junto a los fieles, el Vía Crucis desde la primera estación hasta la décimo cuarta recordando el camino de Jesús al Calvario. También, por momentos, de rodillas. En un ambiente de recogimiento y de olor a incienso, más 84 portaron a un hombro fuera los dos pasos, «cargando el peso de las dificultades». «La cruz que aplasta es una condena. Lo que la salva es el amor del que la lleva», narró el párroco que, en el marco del Año de la Fe, instó a «sacar fuerzas de flaqueza» y a «ser solidarios, renunciando a nuestra soberbia destructiva». Y ese es precisamente el «espíritu franciscano» de sencillez.

Una oración reflexiva que comenzó a las tres de la madrugada con el objetivo último de «sentir y dar muestras de amor que socorran a los más necesitados», «mirar y darse cuenta de lo que sucede en nuestro entorno», donde «mucha gente ya no puede más aplastada por la cruz». «No caigamos en la tentación de pasar de largo», fue el mensaje de una quinta estación marcada por el peso de las circunstancias.