Una lección de literatura sobre las tablas del Corral

M. Sierra
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Donde hay poca justicia es un peligro tener razón, un montaje que recoge los mejores versos de la pluma afilada del poeta que se atrevió a cuestionar lo establecido

Adolfo Pastor, en un momento de la obra. / - Foto: FESTIVAL

Si hace unos días se subía al escenario del Corral de Comedias uno de los textos más conocidos de Quevedo, El buscón, este viernes el autor que pasó sus últimos días entre Villanueva de la Fuente y Torre de Juan Abad y volvía a subir el telón de este escenario, pero esta vez convertido en el protagonista de su propia historia, contada a través de sus versos. Una selección en la que no estaban todos los que son, pero si eran todos los que estaban.

El 14 de septiembre de 1580 nacía en Madrid Francisco de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos. Moría el 8 de septiembre de 1645, en Villanueva de los Infantes. Lo que ocurre desde su nacimiento hasta el día de su fallecimiento, es lo que la compañía Prem Teatro cuenta en Quevedo. Donde hay poca justicia es un peligro tener razón que en la noche del viernes llenó de los versos más conocidos del autor el escenario del Corral. En calidad de estreno absoluto se presentaba esta propuesta, con dirección de Héctor del Saz, que se convierte en una lección de vida sobre este autor de pluma afilada, que era conocido por un espíritu crítico que le llevó a cuestionar lo establecido. Un autor que sin duda habría sacado buen provecho de los tiempos que corren, que ya de por sí se adaptan a la perfección a algunas de las rimas que la propuesta recoge: ¿No ha de haber un espíritu valiente?/ ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?/ ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Héctor del Saz firma también la dramaturgia de este montaje que pretende ser el alegato a “un hombre valiente que fue castigado por ello”, como explicó él mismo en la presentación del espectáculo horas antes. Una historia que se cuenta a partir de los versos y las cartas que éste escribió y que él divide en dos actos. El primero, permite al espectador conocer lo que fue la vida de este autor, contada en tercera persona por Pilar Massa, a la que el dramaturgo no ha dudado en convertir en la guía de una supuesta casa museo y a los espectadores en sus nuevos visitantes. La narración de esta primera parte se completa con los versos de un Quevedo roto, viejo y enfermo que prepara al aforo para el que será el segundo acto, centrado en los últimos días del escritor en Villanueva de los Infantes. Ambas quedan unidas, con acierto, por un leitmotiv que se repite a lo largo de toda la función: ¿Qué día es hoy?

patio muy callado. Sobre el escenario, Adolfo Pastor es el encargado de dar vida al poeta, a sus versos, a sus palabras más comprometidas, aprovechando en momentos las posibilidades que le ofrece la dramatización, y en otro las artes declamativas, pero siempre citando a Quevedo. Una combinación que permite a Pastor ser el protagonista de los mejores momentos de la obra como el que le lleva a recitar uno de sus poemas más escatológicos, el que dedica al ‘ojo del culo’ (No hay contento en esta vida / que se pueda comparar / al contento que es cagar), y que despertó la risa de un patio de butacas demasiado callado. O cuando la llegada de una de las monjas a su celda, para interrumpirle en su momento de lectura, le da el pie justo para declamar el texto quevedesco sobre la necedad, en el que se atisba el sarcasmo que siempre acompañó su pluma afilada (…El preguntar uno al otro cuando le entra a visitar, habiendo visto la ocupación en la que está: «¿Qué hace vuesa merced?», necedad aventajada. El decir uno a otro cuando se ven en alguna parte: «¿Acá está vuesa merced?», necedad garrafal…)

Acompañan a Pastor, en este retrato con vida que pinta Héctor del Saz, Pilar Massa y Rebeca Sala, como dos de las monjas que atendieron a Quevedo en sus últimos días, y de las que se vale el director de Prem Teatro para darle la réplica a Quevedo, unas veces, y otras, para convertir en poesía las cartas que el autor mantuvo con la corte en sus últimos años.

El corral, sin aditamentos, en una noche sin estrellas y apenas una cama desvencijada, arropó sin problema a modo de escenografía estos últimos días de Quevedo que sirven de excusa para escuchar algunos de sus mejores versos: Fue sueño ayer, mañana será tierra...; Miré los muros de la patria mía...; una selección en la que sin embargo se echan en falta otros grandes como el dedicado a don dinero. En definitiva, un montaje que se deja ver, que agrada escuchar, y que convendría utilizar a la hora de mostrar quién fue y qué hizo grande a Francisco de Quevedo. Toda una lección de literatura sobre las tablas.