Desde la toballa a otros palabros que trae la RAE

M. Sierra
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Almóndiga, madalena y setiembre ya tienen su hueco en el diccionario de la academia pero «su presencia sólo es descriptiva, no normativa», apunta Celis

Almóndiga, toballa, asín, moniato, madalena, dotor, culamen y arremangar son sólo algunos de los nuevos palabros (incluida ésta), que aparecen en la última edición de la DRAE. No son las únicas, pero sí las que más expectación y debate han generado en la calle y en las redes sociales como Facebook o Twitter (ahora Tuiter) que, sin duda se han convertido en los foros de debate del siglo XXI.  

Al margen de lo que se piense  en la calle y de los testimonios vertidos en contra de la aceptación de la Real Academia de la Lengua de estas palabras en desuso, la realidad es que «en ningún caso suponen un peligro para la calidad del Español». La que hace esta tajante afirmación es Ángela Celis, del Departamento de Filología Hispánica y Clásicas de la Universidad de Castilla-La Mancha, y especifica que la admisión de estas palabras en el diccionario responde a una cuestión «descriptiva y no prescriptiva», lo que significa que su presencia en la última edición del DRAE  «sólo significa que son palabras que todavía existen», aunque eso sí, como palabras ‘de uso vulgar’ como se subraya en la definición de cada una de estos términos que, un año después, han vuelto a poner el debate sobre la mesa.

Filóloga y lingüista, Celis aclara que la selección de palabras no se hace al azar. Antes de llegar a a las páginas del diccionario han tenido que someterse a un riguroso estudio y selección que empieza en la calle, de donde las ‘recogen’ el equipo de lexicógrafos que trabaja para la Academia. «Ellos escuchan lo que hay en la calle, lo valoran y se lo exponen a los académicos que son los que debaten qué palabras nuevas entran». Un debate en el que participan todas las 22 academias de la lengua española, incluida la RAE, agrupadas bajo las siglas Asale.  Y el resultado de esos debates son  las 93.111 palabras de la última edición de la Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, muy lejos de las 46.000 palabras de su primera edición, que data de 1780. Un listado en el que, subraya Celis, aparecen vulgarismos pero también otras palabras que acaban de aparecer en nuestro día a día como consecuencia de la era digital, como es el caso de bloguero o tuiter.

Almóndiga y dron conviven en el mismo diccionario y esa es la mejor prueba, en opinión de Celis, de que el diccionario cumple su función, la de ser «reflejar la sociedad que vivimos a través de su lenguaje», al mismo tiempo que  vela por la salud del castellano «evitando que sea una lengua anquilosada». No todos están a favor de este «fiel reflejo de la realidad lingüística». Según Celis hay dos lecturas acerca de estas nuevas entradas entre los estudiosos. Por un lado, la de «los más conservadores», para los que «este reflejo de la realidad sólo sirve para empobrecer el castellano». Y otra más liberal, de lingüistas que entienden que es sólo el reflejo de lo que ocurre en la calle, al mismo tiempo que se convierte el diccionario en una herramienta «útil para los que aprenden español y para acercarse a palabras típicas de algunas zonas de España, como apechusque, que también se puede encontrar en el diccionario, y cuyo uso es más habitual en zonas como Andalucía y de Castilla-La Mancha».   

El debate se ha formado en torno a unos pocos vocablos que algunos han calificado de catetos o paletos, y relegando al olvido otras entradas que, en opinión de Celis, hace tiempo que se echaban de menos y que se han convertido habituales en el lenguaje actual, como DNI, feminicidio,  precuela o espray, haciendo hincapié en destape «que llega con más de cinco décadas de retraso».

El español está de moda, es toda una industria que mueve mucho dinero desde el punto de vista bibliográfico, pero ante todo, es una lengua viva y de eso hablan estas nuevas entradas, las que llegan de un español coloquial y considerado vulgar y las que hablan de una nueva forma de comunicarse en un siglo en el que el teclado se impone como herramienta de comunicación.