La decepción de Azaña

AGENCIAS
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El líder republicano pasó de impulsar ciegamente la autonomía en la región a una visión pesimista de lo que Ortega y Gasset llamó 'el problema catalán'

 
El papel de Manuel Azaña en la II República fue tan trascendental que su propio biógrafo, Franc Sedwick, llegó a decir que Azaña «fue» la República. Pero durante este régimen, vigente en España desde 1931 hasta 1939, hubo otro elemento con un peso clave: lo que Ortega y Gasset llamó el problema catalán, es decir, el encaje territorial de la región ante el empuje del nacionalismo y su vertiente independentista, tan de actualidad hoy en día. 
La relación del líder con Cataluña, al igual que el vínculo que unía al régimen que representaba con este territorio, fue cambiante y conflictivo. Así, Azaña pasó de ser uno de los mayores impulsores de la autonomía en la zona a tener una visión pesimista y decepcionada de esta causa. El 27 de marzo de 1930, un año antes de proclamarse la República, se produjo un significativo encuentro entre políticos madrileños y catalanes durante una visita de los primeros a Barcelona. Ese día, el presidente al uso del Ateneo de Madrid expuso sus ideas para buscar apoyos, asegurando que su admiración por Cataluña venía de lejos «por su civismo fervoroso y cohesión nacional» y elogiando la voluntad firme de la región de alcanzar «la plenitud en la vida colectiva». 
El líder identificó la libertad catalana con la española y expresó que los lazos espirituales, históricos y económicos no tendrían que provocar una ruptura. Además, se manifestó partidario de lograr «una unión libre entre iguales» con el mismo rango dentro del mundo hispánico común. De igual forma, el republicano dejó abierta la puerta de salida de España: «Si en algún momento dominara en Cataluña otra voluntad y resolviera remar sola en su navío, sería justo permitirlo y nuestro deber consistiría en dejaros en paz y desearos buena suerte hasta que cicatrizara la herida».
 
DECEPCIÓN. Solo un año y medio después de las palabras de Azaña se empezó a debatir el proyecto del Estatuto catalán en el Congreso de los Diputados, de octubre de 1931 hasta agosto de 1932. Desde su cargo de presidente del Gobierno, el político fue uno de los grandes inspiradores y defensores de la norma, la primera en dotar de autonomía a la región, permitiéndola tener un Ejecutivo y un Parlamento propios, y ejercer ciertas competencias. 
Sin embargo, su optimismo se tornó en decepción en poco tiempo. Primero, cuando Companys proclamó «el Estado catalán dentro de la República federal española» en el balcón de la Generalitat, el 6 de octubre de 1934, aprovechando un momento de inestabilidad política por la Revolución de Asturias. Dos años más tarde, le desencantaría también el comportamiento del Gobierno autonómico ante el alzamiento de Franco, más preocupado a su juicio por proteger sus intereses políticos que por hacer causa común 
Ilustrativas de esta decepción fueron las palabras de Azaña durante una conversación con su amigo de ERC Carles Pi i Sunyer. El encuentro lo relató el propio líder republicano en su diario el 19 de septiembre de 1937. En un contexto de guerra civil ya avanzada, Pi i Sunyer presentó sus quejas a Azaña, acusando a su Ejecutivo de una acción sostenida de rebajamiento del Gobierno autónomo, y preguntándose si se quería llegar a suprimir la Generalitat. 
Según el político de ERC, la pérdida de territorio de la República ante Franco, manteniendo el de Cataluña íntegro, debería haber supuesto un aumento del poder de la región. Azaña le respondió: «Estas cuestiones no se miden por metros. Lo que el Estado representa no se estira ni se encoge según los movimientos de las tropas en el suelo». 
El republicano también afeó a Pi i Sunyer las supuestas intenciones catalanas de actuar como nación «neutral» en la Guerra Civil. Asimismo, se lamentó recordando su apoyo al Estatuto de autonomía: «Por lo visto es más fácil hacer un Estatuto que arrancar el recelo, la desconfianza y el sentimiento deprimente de un pueblo incomprendido».
Casualidades de la vida, Cataluña fue el último suelo español que pisó Azaña, quien el 5 de febrero de 1939 cruzó a pie la frontera de Francia acompañado por el presidente del Gobierno, Juan Negrín, y el de las Cortes, Diego Martínez Barrio, en un reducido séquito integrado por unas 20 personas en total.