«Ingresé en la banda a los 11 años, a los 12 era flautista solista y a los 17, director»

Pilar Muñoz
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Rogelio Groba, músico y compositor

Considerado uno de los más importantes compositores españoles contemporáneos, ha pasado casi toda su vida rodeado de los entornos verdes de su Galicia natal y de la Confederación Helvética en la que forjó su personalidad musical. No obstante, antes de su estancia en Suiza, hubo un tiempo en que se vino al secano, primero en sus años de estudiante en Madrid y, más tarde, ya frisando la treintena, a dirigir la banda de Pedro Muñoz. Estuvo un año al frente de sus cuarenta músicos y si hay algo que recuerda de aquella Mancha de 1961 es el trato de sus gentes y el intensísimo azul de su cielo.

Rogelio Groba nació el 16 de enero de 1930 en Guláns, una parroquia del municipio pontevedrés de Ponteareas con una gran tradición musical que pone de manifiesto la banda A unión, que existe desde mediados del siglo XIX y que posee una notable influencia sobre la vecindad. Rogelio cuenta que ingresó en dicha banda como estudiante «a los 11 años, a los 12 fui flautín solista y a los 17 director, de manera que viví toda mi infancia y adolescencia ligado a la banda».

Cree que quizá fue a instancias de su padre, que «tenía una gran afición por la banda y me llevaba con él a los ensayos a pesar de que era sordomudo, pero le gustaba asistir porque percibía las vibraciones de la música en el suelo de madera del local».

Tras sus primeros escarceos con la música, Rogelio empezó a recibir clases particulares del director de la Banda Municipal de Vigo, Mónico García de la Parra, que fue quien le aconsejó completar sus estudios en el Real Conservatorio de Música de Madrid, cosa que hizo en 1959 consiguiendo los títulos de Profesional y de Profesor de Composición.

Y con este bagaje bajo el brazo regresó a su Galicia natal y empezó a trabajar dirigiendo las bandas de La Estrada, Tuy y Ponteareas, aunque pronto volvió a Madrid y, tras un breve paso por el municipio ciudadrealeño de Pedro Muñoz, emigró al extranjero, que «fue donde verdaderamente me forjé, durante mi estancia en Suiza. El mundillo musical está organizadísimo y la inmensa mayoría de la población está vinculada de una u otra manera a la música. Es otro mundo y yo llegué a el con una enorme ansiedad por aprender aquello que no había aprendido en España. Mantuve un contacto muy fluido con las nuevas corrientes estéticas que estaban naciendo en Europa y eso me hizo cambiar completamente mi perspectiva».

Rogelio Groba pasó seis años en el país helvético, una etapa en la que obtuvo el Premio Internacional de Composición Dante Luini, convocado por la Radio Televisión Suisse Romande y que le fue otorgado cuando ya había vuelto a España, y llegaron a organizarse hasta cuatro festivales a modo de homenaje a su labor artística, unos reconocimientos que pueden parecer inusitados para un músico de poco más de 30 años y que, en su caso, «me dieron muchísimos ánimos para seguir por la senda emprendida, sobre todo teniendo en cuenta lo organizadísimo que está el mundo musical suizo», reitera.

De regreso a España, empezó su trabajo en La Coruña, donde fue director de la Banda-Orquesta Municipal durante 23 años, y fundó la Orquesta del Conservatorio Superior de Música de La Coruña y la Orquesta de Cámara Municipal.

Asimismo, fue profesor de Contrapunto y Fuga, Armonía, y Composición en dicho Conservatorio, que también dirigió durante 20 años, y, por si fuera poco, fundó varios conservatorios dentro de la geografía gallega, unos años que Rogelio Groba recuerda por el trabajo y el esfuerzo realizados para «dignificar el mundo de la música en La Coruña y en Galicia y ofrecer a los estudiantes unas expectativas de futuro». Y en el plano personal «supuso una época de madurez compositiva, que siempre ha sido mi mayor pasión, y de asimilación de todo lo aprendido en Suiza. Fue en La Coruña donde me encontré a mí mismo como músico y donde empecé a crear un catálogo que en la actualidad se aproxima a los 700 títulos».

Un año en La Mancha. Pero bastante antes de que Rogelio Groba dejara su sello en el pentagrama, cuando la batuta le ocupaba la mayor parte del tiempo, estuvo un año dirigiendo la banda de Pedro Muñoz, un puesto al que llegó porque «un paisano, Miguel Groba, había dejado la dirección y solicité el puesto para estar más cerca de Madrid, que tenía una vida musical mucho más intensa que Galicia, y me lo concedieron. De hecho, durante un tiempo compatibilicé la dirección de la banda de Pedro Muñoz con la del Coro de la Casa de Galicia en Madrid».

La Mancha con la que se encontró era «un mundo completamente diferente del que procedía: pasé de la humedad y la luz tenue del candil a una explosión de claridad que me cegaba y a una sequedad que incluso me afectó a la garganta», recuerda al tiempo que se dibuja una sonrisa en su rostro.

Estuvo en Pedro Muñoz sólo un año, entre enero de 1961 y enero de 1962, cuando marchó a Suiza, y por eso «no fue suficiente como para imprimir un carácter especial en la banda. Recuerdo que eran unos 40 músicos más los estudiantes, que luego se examinaban en Madrid y guardo en mi memoria momentos felices y un trato muy agradable por parte de la gente. Una vez que conseguí sobreponerme a la intensísima luz me sentí muy cómodo», comenta el maestro.

Sin preferencia. Rogelio Groba dice no tener uno o varios compositores predilectos, son «todos y ninguno» porque «voy extrayendo de cada uno de ellos lo que más valoro, depende de mi estado de ánimo y de la obra elegida», aclara. Tampoco tiene un director preferido por la misma razón, ya que «mi labor al frente de las orquestas ha sido secundaria: el principal motor de mi vida ha sido la composición y ahí ha sido donde más cómodo me he sentido y donde más he disfrutado. El director debe saber analizar la obra que se le presenta e ir más allá de lo que está escrito en el pentagrama. Pocos son capaces de hacerlo, pero cuando lo consiguen el resultado es espectacular», asevera.

Del mismo modo, dice que no siente una especial inclinación hacia ningún instrumento, quizá porque en su juventud le tocó lidiar con unos cuantos. Recuerda que «me inicié tocando el flautín y más tarde estudié violín y piano, pero en mi juventud participé en varias agrupaciones musicales locales en las que toqué la trompeta, el saxofón, la batería... incluso la tuba en mi época de Servicio Militar».

Dentro de la ingente producción de Rogelio Groba se encuentran una decena de cantatas, cinco óperas, una ópera infantil, una misa, un réquiem, un pasodoble dedicado a su villa natal y diecinueve conciertos, cuatro para orquesta sinfónica, siete para orquesta y solista y ocho para solistas y cuerda, que le han traído reconocimientos como el Premio Xunta de Galicia de la Cultura, en 1992, el Internacional de Composición Auditorio de Galicia, en 2004, o la Medalla Castelao, concedida en 1995. Además, es miembro de la Real Academia Gallega de Bellas Artes y de la Real Academia de San Fernando.

En 2002, el compositor y su familia constituyeron la Fundación Rogelio Groba para catalogar, proteger y difundir su obra y también para divulgar la música clásica, sobre todo, la de autores gallegos.

Rogelio Grobe tres hijos. «Loli, que también estuvo en Pedro Muñoz y es maestra; Roge y Clara, los pequeños, son profesores de violín y cello respectivamente en el Conservatorio de La Coruña y han fundado la Orquestra de Cámara Galega», dice con indisimulado orgullo.

A sus ochenta y cinco años sigue en activo, «aunque no con las mismas fuerzas de antaño», y dedica la mayor parte del tiempo a la composición, «mi gran pasión».

 Y es que la música lo ha sido todo para él, tanto que «no podría entender mi vida alejado de la música. Y la composición, como ya he dicho en otras ocasiones, ha sido para mi una necesidad biológica. Creo que no podría vivir sin componer», concluye.