«Lo que estamos pasando no se lo deseo a nadie, a nadie»

latribunadeciudadreal.es
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El informe elaborado por AIS Group detalla el porcentaje de población que vive en el umbral de la pobreza en las localidades de más de 50.000 habitantes, por lo que restringe su análisis a la capital de la provincia y a Puertollano. Pero en el resto de municipios ciudadrealeños existen otras historias con otros nombres y otros pasados que comparten un presente común de angustia por no saber lo que deparará el mañana. A tan sólo unos kilómetros de Ciudad Real, en Miguelturra, vive Beatriz, que cuando cuenta su historia intenta mantener la entereza y confía en terminar el relato sin que la voz tiemble, hasta que quiebra y llega el epílogo que resume todo lo que ha dicho hasta entonces. «La situación que estamos pasando no se la deseo a nadie, a nadie».

Beatriz es un nombre sin apellido cosido al final por convencimiento propio, porque un día tuvo la idea de recurrir a la televisión para contar su caso y de la ayuda que llegó venían amarradas piedras que no hicieron su vida más fácil. La historia se remonta al año 2011, cuando Beatriz, que había sido madre soltera, se trasladó con su marido a Piedrabuena, a la casa de la familia, para tratar de recortar unos gastos que no podía afrontar con los ingresos que no llegaban. «Allí sufrimos un par de inundaciones y no podíamos seguir, porque además estábamos en pleno campo, a tres kilómetros del colegio de los niños y era imposible mantenernos allí».

Cuando recurrió a la televisión la pantalla se llenó de cifras, pero el dinero fue menor que el que anunciaba la tarde. «Nos dieron menos de la mitad de lo que dijeron, pero intentamos abrir un negocio que tampoco fue bien, y en el que tuvimos más pérdidas que ganancias», relata, aunque reconoce que con un mayor impulso económico «podríamos haber intentado resistir más de un año, que es todo lo que pudimos aguantar».

Después de eso vinieron las puertas cerradas y llegó la necesidad para una familia con tres hijos, de 5, 7 y 16 años. Se abrió la ventana de Cruz Roja y a ella asoman la cabeza para poder respirar cuando se puede. «Nos ayudan a pagar el alquiler y también nos han ayudado con los libros de los niños para el colegio», asegura Beatriz, que reconoce que la esperanza no pasa por vivir de la generosidad sino por sudar para sacar adelante a la familia. «Nos gustaría tener un trabajo, ya no estable, pero un trabajo, algo que nos permita seguir adelante y depender de nosotros mismos».

Junto a la labor de Cruz Roja está el trabajo del asistente social, que lleva más de un año peleando para que el padre reciba la ayuda de 426 euros de ingreso mínimo, «una ayuda que no sé por qué nos deniegan porque no la ha cobrado nunca, y que al menos nos permitiría salir un poco adelante».

En las últimas líneas de su relato es cuando Beatriz estalla. «Nadie sabe lo duro que es estar así, lo duro que se hace mirar a tus hijos y no saber qué vas a poder hacer por ellos mañana». Sus nombres son recurrentes en las solicitudes de planes de empleo, pero por ahora no se ha abierto una puerta por la que entre más aire que el que trae a casa la generosidad. «Esto te destruye mentalmente, la angustia es tremenda y ya no sabes qué hacer». La única respuesta posible, de momento, es luchar por salir adelante.