Letras contra el olvido

Ignacio Ballestero
-

El socuellamino Luis Perea pasó cuatro años en el campo de concentración de Mauthausen, del que salió con 27 años y pesando 30 kilos • Antes de morir, el pasado día 13, dejó escrita su historia, que su hija relata a 'La Tribuna'

Luis Perea, a la derecha en la segunda fila desde abajo, con la gorra calada y las manos sobre un compañero. / - Foto: Foto cedida por Carlos Hernández

A Pilar se le quiebra la voz en los momentos más duros del relato. «Nadie puede imaginarse el horror que hemos vivido». Habla del horror en primera persona porque así lo escribió su padre, Luis Perea Bustos, en sus últimos meses de vida, cuando la edad le había dejado ya sin voz, que no sin palabras. Y su padre sí que conoció el horror. Convivió con él durante cuatro años, y ocupó el resto de la vida en recordar para que nadie olvidara, para que la Historia no pudiera pasar por alto lo sucedido en los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Durante cuatro largos años, Luis Perea Bustos perdió el nombre y los apellidos para ser el prisionero 3.612 del campo de concentración de Mauthausen, donde vio morir a muchos compañeros y memorizó lo que los más ancianos le decían. «Tened coraje y fuerzas. Si salís vivos de aquí, contad lo que ha pasado. Que todo el mundo lo sepa y que nadie lo olvide». Por eso Luis, cuando la vida se le llevó la voz, puso las palabras sobre el papel. Para que a su muerte, el pasado 13 de julio en Hendaya, quedase su testimonio. Porque un día prometió que no iba a permitir que nadie se olvidara de aquello.

Luis nació 'por primera vez' en Socuéllamos, el 3 de febrero de 1918. La segunda vez que nació estaba muy lejos de allí, el 5 de mayo de 1945, en Mauthausen, que aquella mañana había quedado despejado de alemanes pero seguía ofreciendo una muerte segura en su alambrada electrificada. Tenía 27 años, pesaba 30 kilos. Él y sus compañeros vieron aparecer a las tropas estadounidenses y todavía tuvieron que hacer algo más por sobrevivir: cortar la luz. «Fue un compañero de Laredo, que entendía de electricidad, el que lo hizo, porque todavía habían dejado la alambrada electrificada por si intentábamos salir», recordaba. Con los americanos hubo abrazos y palabras a duras penas interpretadas por un prisionero español que conocía el idioma. Hubo, incluso, una pancarta de agradecimiento. Y hubo lágrimas, las que brotan de manera involuntaria cuando atrás queda la sombra y por delante, por primera vez en mucho tiempo, asoma algo de luz.

Luis Perea, sentado junto a su mujer María y su hija Pilar, en su casa de Hendaya. /
Luis Perea, sentado junto a su mujer María y su hija Pilar, en su casa de Hendaya. / - Foto: Foto cedida por Carlos Hernández
«Del campo de concentración sólo se sale por la chimenea». Fueron las primeras palabras Luis Perea escuchó al llegar a Mauthausen, el 26 de abril de 1941. Lo peor de todo es que era una realidad, no una soflama para inculcar el miedo en unos cuerpos que habían pasado un calvario hasta su llegada al campo, como preludio de lo peor. Porque otra realidad era que, a pesar de todo lo vivido, el horror empezaba dentro. «El viaje a Mauthausen duraba dos días y dos noches, y en los vagones viajábamos apiñados los unos contra los otros», escribió Luis, que compartió travesía hacia el infierno con otros tres socuellaminos: Ramón Delgado López, Pedro Gómez Molina y Antonio Nieto Díaz. Con ellos y con centenares de prisioneros, algunos de los cuales llegaron al campo cadáveres. «Nos hacíamos las necesidades encima, nadie se ocupaba de los que enfermaban y mucho menos de los que morían. Había muertos en los vagones».

(más información en la edición impresa)