El canto a la libertad que silenció Pinochet

Maricruz Sánchez (SPC)
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Profesor, director de teatro, cantautor y conocido luchador social, Víctor Jara sigue siendo, 45 años después de su asesinato, el símbolo de los cientos de chilenos represaliados por la dictadura que derrocó el Gobierno de Allende

La mañana del 11 de septiembre de 1973, Víctor Lidio Jara Martínez tenía planeado cantar en un acto de Salvador Allende en el campus de la Universidad Técnica del Estado (UTE) en Santiago de Chile. El presidente iba a anunciar allí la convocatoria de un plebiscito para que el pueblo decidiera si seguía o no en el poder. Una hora antes de su inicio, Jara llegó al lugar acompañado de su inseparable guitarra y los organizadores del evento le preguntaron que si no sabía lo que estaba ocurriendo. El Palacio de La Moneda, sede del Gobierno chileno, estaba siendo bombardeado por las Fuerzas Armadas. «Claro que lo sé, pero escuché por la radio que había que acudir con normalidad a los puestos de trabajo. Bueno, yo trabajo acá y acá estoy», respondió el músico, que también era director teatral en la UTE. Tenía 40 años.

Ese mediodía, después de un intenso asedio, los golpistas derribaron las puertas de La Moneda y se encontraron a Allende muerto con un tiro en la cabeza. Se había suicidado. Horas después, los militares, al mando del general Augusto Pinochet, asaltaron el campus de la universidad a balazos y detuvieron a unos 600 profesores, estudiantes y funcionarios, entre ellos a Jara, para llevárselos al Estadio Chile. 

En el recinto deportivo, entre una muchedumbre de 5.000 prisioneros afines al proyecto político de Allende, al músico se le perdió la pista, hasta que lo reconoció un oficial: «Tú eres ese maldito cantante, ¿no?», le increpó, y comenzó a patearle salvajemente. «No permitan que se mueva de aquí. Este me lo reservo». Jara fue llevado a los sótanos, golpeado en la cara, le machacaron las manos con la culata de una pistola y le cortaron la lengua: «Canta ahora si puedes, hijo de puta», le gritó su torturador, al que apodaban El Príncipe por sus aires soberbios.