Estrellas en la noche

Nieves Sánchez
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Un día en el circo de los Parada, el de las estrellas, el más grande del mundo porque no tiene puertas. Ésta es la historia de una de las familias circenses más antigua de España.

Ser payaso es amar a los niños y querer hacerlos felices». Así lo ve y lo siente David, por eso payaso es lo más grande que le pueden decir. Es payaso porque busca hacer reír, porque su voz suena así y porque su corazón late a mil de emoción desmedida detrás del maquillaje, los zapatones y la nariz. Es payaso porque su vida es el circo como el circo es su primer amor, su hogar, su familia, la cuna de sus hijos, su desayuno diario, su último desvelo, un recurrente sueño que se torna pesadilla si el público no arranca a aplaudir y se quiere ir. «El que es payaso lo es todo el rato y así quiero morir». En la caja, con el traje y la sonrisa de Tarugo pintada en un rostro de mil noches de función bajo un manto de estrellas.

«Esta vida nómada es la más bonita del mundo y no la cambiamos por ninguna. Es dura, pero eso es la vida del circo». Así habla David Parada Jiménez de su pasión, sentado una tarde de septiembre en una silla verde de plástico de las 300 que arrastran cada verano por descampados, feriales y parques de una treintena de municipios. En Luciana, en una explanada de arena junto a un paseo y un parque infantil, David, su mujer y sus cuatro hijos muestran la vida en el Circo de las Estrellas, el más puro y grande del mundo porque no tiene puertas y al aire libre, bajo el firmamento, caben todos los aplausos del mundo entero.

Los Parada han nacido, se han casado y han fallecido desde hace siete generaciones donde ha parado su circo. Son de todos lados y de ningún sitio. Lo dice su mezcla de acentos, la lógica de sus frases, su saber estar, el contenido de su conversación y su mirada serena. David tiene 52 años y nació en Salares, Málaga. Son cinco hermanos y cada uno de un lado, como sus cuatro hijos. Azucena nació hace 32 años en Toledo, Mónica hace 29 en Cádiz, David tiene 23 y nació en Jaén y Jazmina de 12 ya en Ciudad Real. Todos son payasos, trapecistas, magos, cantan, hacen malabares en el monociclo, venden helados, palomitas y perritos, y se ganan cada noche el cariño de un público entregado a este oficio.

David da lecciones de vida cuando habla. Sus pasiones son el circo, el fútbol y su mujer. Azucena Díaz, la madre de sus hijos, la trapecista y contorsionista rubia de ojos azules que doblegó su corazón. «Nos enamoramos con 16 y 18 años en Málaga, ella iba con el circo de su familia y ya me quise casar, pero su padre decía que era muy jovencita, así que una noche cogí la caravana y nos fugamos». No se les olvida tampoco, a los nueve años de aquello, su boda en El Ejido donde habían parado con el circo.

Treinta y dos años después continúan de función en función, haciendo cantera con Ismael y Agustín, la última generación, sus dos nietos, dos pelirrojos pillos de pecas que con seis y tres años son los primeros en ponerse el traje de payaso desde muy temprano. «Nos ahorramos en pelucas, porque con ese pelo naranja no podían haber salido más de circo», dice su abuelo de ellos.

una vida en caravanas. Quedan tres horas para que empiece el segundo día de espectáculo en Luciana, el vigésimo pueblo en el que desembarcan los Parada este verano, después de un largo invierno en Torralba de preparativos, ensayos y puntadas a decenas de botones y cientos de lentejuelas. Hay que preparar los números, fregar la pista, probar luces, fijar el trapecio a siete metros. Toca el número de la escalera. Davicillo, el único hijo varón de David despierta de la siesta en su caravana, toda revestida de madera, con una cama encajonada, discos por encima de la mesa y una tabla de planchar que sale de la nada al lado de un minúsculo baño donde este joven de mirada dulce se prepara. El circo, como para sus hermanas, es tanto que ni lo deja ni lo cambia.

Es el payaso Taruguito, el que decide qué número se hace cada noche, el relevo. «El circo para mí es todo, mi familia y mi trabajo. Nos tratamos con respeto, nos ayudamos, nos queremos, es lo que hemos visto de mis padres, mis tíos y mis abuelos». Durante el invierno se educan en el aula y los meses de verano en la universidad del circo. De sus padres aprenden cada día modales, el trato social, a no dar la espalda ni en la pista ni en la vida, a saludar y ser agradecidos y a no tener prejuicios y a no necesitar de rituales y supersticiones. Por eso, Davicillo dejó de besar al salir a la pista una pulsera que le regaló una chica con la que salía y ahora besa directamente a su novia Carmina.

Por las venas y el corazón de esta familia corre el circo. La bisabuela de David Parada bautizó al padre de Fofó, Gabi, Miliki y Fofito, los Aragón. Ella y su marido llevaban un importante número de barristas y se movían con un gran circo por Argentina. «Mis tatarabuelos también fueron de circo, es que no sé hasta dónde llegan mis antepasados circenses, mínimo siete generaciones de artistas con mis nietos». David ha aprendido a fuego de su abuela todo lo que ahora inculca a sus hijos, a ir con la cabeza bien alta, a no agacharla por nada, a respetar al grande y al pequeño, a cuidar a sus mayores y llevarlos con ellos hasta que no haya más remedio, a ser humildes y saber estar. «Para mucha gente esta vida es marginal pero porque no la conocen, para nosotros es la mejor vida, la nuestra, la que queremos llevar».

La gente no sabe que en el circo cuando hay más de siete chiquillos se debe llevar maestro y que más de cinco días con las caravanas en una explanada es considerado acampada ilegal y eso es los más difícil, tener que volver a irse. Que en el circo aprenden y enseñan a sus hijos todos los oficios, desde electricista, costurero, fontanero y maquinistas, a pintar los remolques y a hacer la colada y la comida detrás de la pista. A valerse en la vida por sí mismos y a darle valor a los amigos. «Es una vida dura que si no la has mamado no todos la aguantan, sobre todo se valora la amistad, pero no hay oficio que te dé más libertad». Una de sus hermana, relata David, «es ‘drogadicta’ de esto». Tiene animales en su circo y no se va de vacaciones porque nunca los deja solos.

El Circo de las Estrellas parece de antaño, como de un tiempo pasado, en el que no se cobra entrada y el público llega, se sienta, saluda a los payasos y paga la voluntad a razón de las risas que suelta. «Nunca hemos cobrado, si un circo pequeño como el nuestro cobra te relajas y no te esfuerzas para que la gente disfrute, para nosotros cada noche es un reto, por eso ya no existen circos así porque no son para ganar sino para sobrevivir». Por eso, confiesan, son ricos sin tener dinero.

Cuando los focos de las estrellas se apagan cada noche reparten las ganancias a partes iguales, porque el padre de David así le enseñó. «Él siempre nos ha dicho que si trabajas desde pequeño, cobras desde pequeño, si me quedara con todo no podría tener a mis hijos aquí viviendo de esto como yo he estado con mis padres y mis padres con mis abuelos».

Con cuatro años David hizo su primer número de equilibrio y de ahí al trapecio donde se ha movido hasta hace cinco. Percances alguno ha tenido y si se ha caído debajo ha estado siempre su padre que lo ha sostenido, como ahora él hace con sus hijos. Sin embargo, para él, lo más difícil es ser payaso, Tarugo, el nombre que heredó de su abuelo. «La recompensa es la risa del niño, es entonces cuando te sientes alguien importante».

una familia de seis circos. Hace diez años la familia Parada se había hecho tan grande que hubo que partir. «La vaca no daba tanta leche y en el mismo circo Hermanos Parada estábamos mis padres, mis cuatro hermanos y yo, además de mis tíos y mis primos. Montábamos un equipo de fútbol por los pueblos, pero decidimos entre todos separarnos con mucho dolor, ha sido el peor momento que he pasado en mi vida, tener que separarme de mi padre y mi hermano, con los que hacía el número de payasos». El sueño de su vida sería volver.

Ahora los Parada tienen seis circos por toda España. Los padres de David, con 76 años, llevan uno con carpa. El resto, sus hermanos, tíos y primos, se mueven con sus propios circos por Extremadura, Ávila y Andalucía. «El nuestro, el Circo de las Estrellas, es el único que va al aire libre, salimos en junio y nos recogemos a mediados de septiembre y en invierno yo me dedico a coser lonas y toldos y a mi fútbol».  Mañana cierran en Picón.

Cuatro meses de vida nómada durante los que se mueven por toda la provincia, donde los trajo la vida hace 20 años sin ser de aquí ni de ningún lado. David y Azucena, como el resto de los Parada, compraron una casa en Torralba por lo de pertenecer a algún sitio. Un chalé que la mayor parte del tiempo está vacío porque en invierno sus hijos siguen durmiendo cada uno en su caravana en el jardín de la casa, acostumbrados como están a los espacios pequeños y a la sensación liberadora de no formar parte de ningún sitio. «Tengo una casa de habitaciones vacías porque a mi mujer le cuesta también un mes salir de nuestra caravana y entrar en ella», se queja entre risas.

Se aproxima la hora de la función en Luciana. Una furgoneta entra por el paseo y aparca detrás de la pista entre las cuatro caravanas. Se bajan las mujeres del circo. En el maletero y los asientos traseros no cabe ni una barra de pan ni un bote de tomate más. Han comprado con las monedas de cada noche todo lo necesario para lo que les queda de verano.

Toca ducha, pintarse y vestirse porque el público no puede esperar. Cada uno en el baño de su caravana se transforma en lo que es: payaso, malabarista o mago. La gente empieza a llegar al grito de David de «¡Ya está aquí el circo!» Azucena hija va de azul para abrir la función con su voz: «Delante de las estrellas tú te emocionarás...» David y Davicillo ya están listos, termina la canción. Dos pequeños payasos pelirrojos irrumpen en la pista, quieren que Tarugo les quite la paja que ha entrado en sus ojos. Comienzan las risas, los aplausos, la noche, unas estrellas que brillan y la magia de un circo ya nunca visto.