El corazón de 41 festivales

N. Sánchez
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Son las manos que mueven los hilos entre bambalines para que Almagro brille cada noche y estalle en un aplauso atronador. El equipo humano es el motor que acciona la cita internacional

 Félix Montero es puro teatro. Almagreño, 40 años, actor e historiador, nieto del ‘guardián’ del Corral de Comedias desde su apertura hasta que falleció en 1992; hijo de sastra de la Compañía Nacional en los primeros años de festival, forma parte del equipo desde hace 20 años y actualmente es coordinador de espacios. Ha gateado en las tablas del Corral. Era un bebé cuando su abuelo lo llevaba a su lugar de trabajo como responsable del histórico espacio. En su escenario ha crecido, ha jugado, ha llorado, ha actuado y fue allí donde dio el sí quiero a su pareja en la que fue su mejor función. No sabe, no puede, no le sale expresar lo que el festival significa para él. «Este año casi no puedo estar por motivos laborales y cuando lo comuniqué, volví llorando a mi casa en Madrid. No concibo no estar en Almagro este mes, he crecido con el Festival y de hecho, aquí estoy un año más».

Y allí estaba, en el Palacio de los Oviedo, convertido en un hervidero de corazones latiendo en negro. 41 para ser exactos, los años que cumple el festival dando teatro en Almagro. Son una pequeña muestra de los 162 trabajadores y voluntarios de todos los departamentos del encuentro, el motor que acciona la cita internacional. Son las manos que mueven los hilos entre bambalinas para que cada día los clásicos brillen, los focos alumbren a los actores y el aplauso sea ensordecedor.

Producen, montan las escenografías, mueven las luces, dirigen, gestionan, descargan, venden las localidades, colocan los programas en las butacas donde después acomodan al espectador; barren los escenarios de mil batallas y dan las últimas puntadas antes de que suba cada noche el telón.

Una oportunidad. 17 julios de sus 54 lleva Mari Carmen en el departamento de limpieza del festival. «Es el único mes que trabajo al año y te aseguro que me lo paso entero esperando a que llegue». Sale de su rutina, se relaciona con otra gente, ocupa su mente. «Es que no te exagero, me cambia la vida de verdad, hasta el estado de ánimo; salgo de casa, me junto con las compañeras a tomar algo, es mucho lo que me aporta». Algo parecido le ocurre a Felipe Valencia, responsable técnico de espacio, con 45 años y 21 en el festival. «Para mí es un cambio de rol, mi vida es muy sedentaria y esto me activa, me genera ilusión».

Para Manuel y María, también de Almagro, es su primer año como personal de sala, lo han intentado más veranos y por fin han conseguido entrar. «Me apetecía mucho vivirlo por dentro, estoy feliz».

El Festival ha sido y es para los almagreños, sobre todo para los jóvenes, una oportunidad. Una ventana abierta al mundo justo enfrente de sus casas. La posibilidad de tener un trabajo bien pagado de verano en el pueblo, para algunos el primero de sus vidas; de conocer gente de fuera, de beberse la noche farandulera a pachas con los famosos y de vivir desde dentro el funcionamiento de este macroproyecto.

Carlos es asistente técnico; David es voluntario; Camino, jefa de sala; e Irene, personal de taquilla. Todos almagreños y los cuatro coinciden en que es un mes «mágico», un sueño de verano. «Significa cultura, tradición, parte de mi vida, de mi niñez, de mi juventud, ha estado ligado a mi familia y tener el teatro como los almagreños lo tenemos a la vuelta de la esquina es un regalo», describe Irene Ciudad y no lo puede hacer mejor.

«Es que es muy emocionante, también para los que somos de fuera, yo estoy aprendiendo mucho y ya sé que va a ser una experiencia única y maravillosa». Es el primer año de María Fontcuberta, técnica de producción y periodista. Está encantada de empezar a formar parte de la gran familia del festival. Porque eso es lo que más se escuchaba, «el buen rollo» que se genera entre los compañeros, en un ambiente de risas, trabajo y sudor. Después de 16 años al frente de la sastrería del festival, Maica Chamorro sabe lo que significa eso. «Soy madrileña pero yo ya estoy vinculada a este pueblo y a su gente de por vida». Como Yajaira Jimeno, Natalia Rodas o Libe Aramburuzabala. Vienen de fuera pero ya son de casa.