Venecia se hunde presa

Nieves Sánchez
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La antigua Herrera de La Mancha está siendo demolida estos días. Antiguos funcionarios del penal caminan por última vez por el recinto y los pabellones, que en un mes habrán desaparecido presos del olvido.

La primera cárcel de Herrera de La Mancha desaparece para siempre como lo hará algún día Venecia. Antonio, Miguel y Rafael la han pisado por última vez y sus rostros, sus sentimientos, sus ojos vidriosos y sus palabras han dado el último aliento a una prisión que empezó a levantarse en 1963 y comenzó a hacer aguas en 1991, cuando cerró sus puertas definitivamente para hundirse poco a poco presa del olvido. El sol, el viento y el abandono, los desmanes de las fiestas nocturnas, el abundante espray para grafitis, la hierba que crece sin remedio y el paso del tiempo han ido haciendo el resto.

En menos de un mes quedarán totalmente sepultados y borrados de la historia treinta años de reclusión, muchos pesares y noches en vela, los lamentos, los silencios y las peleas; las charlas y comidas, los paseos por campo abierto, el trabajo con la madera y el ganado, el nombre de tantos presos que finalizaron su condena en régimen de semilibertad en la vieja Herrera, en Herrera abierto, en la primera que existió en la provincia, sin vallas y sin puertas.

La Tribuna ha acompañado a tres de los funcionarios de Instituciones Penitenciarias que trabajaron desde 1986 hasta el cierre del antiguo penal para reclusos en tercer grado. Realizan juntos un paseo por los restos de piedra, hormigón y tierra antes de que las máquinas reduzcan sólo a recuerdos lo que queda de la granja agrícola penitenciaria de 550 hectáreas. «Es que no me puedo creer como está esto. Era como una aldea, teníamos panadería, ganado, producíamos leche y hubo hasta 2.000 gallinas que ponían huevos de dos yemas», esbozan los tres hombres mirando a la nada, bregados como están en mil batallas en la cárcel de Martutene de San Sebastián, en los años del plomo; en La Modelo, donde pueden contar cuentos para no dormir, y en la actual Herrera de La Mancha.

Ningún sitio, ningún destino, nada ha sido igual para ellos como la granja, el lugar donde con 30 años pensaban que algún día se jubilarían. «Ya fue un palo para nosotros el día que nos dijeron que la cerraban y nos tuvimos que cambiar al centro actual, pero esto es demoledor».

Entre lo demolido empieza un recorrido bajo nubes grises y amenaza de lluvia, en medio del campo y el silencio, un mes y medio después de que el Ayuntamiento de Manzanares aprobara la petición de derribo de las instalaciones por parte de su actual propietario. La última visita a un lugar que en un mes habrá desaparecido.

A la antigua granja penitenciaria se accede desde la A-43 por la misma salida a la cárcel de Herrera de La Mancha, el centro que se terminó de construir en febrero de 1979 y se inauguró el 22 de junio del mismo año. Por un camino de tierra paralelo a la vía ferroviaria y a la antigua estación de tren de Herrera de la Mancha, se llega a un gran recinto de naves de hormigón de los mil colores de la pintura callejera. Desde la carretera se antojan los restos de una gran ganadería. Hasta hace tres semanas todo estaba coronado por una gran ermita con una cruz que el jefe de obra ha salvado del derribo. La iglesia, símbolo de la magnificencia del penal, ha quedado reducida a escombros y con ella miles de rezos de perdón.

«Aquí se construyó el Cristo de Herrera, lo terminaron los reclusos en esta cárcel, el que sale en procesión portado por los internos en la Semana Santa de Manzanares», cuenta Antonio Serrano, de 62 años, ya jubilado, y el que fuera jefe de oficinas de aquel penal, el lugar en el que se dice que hubo en los años del franquismo encarcelados por delitos de homosexualidad.

«Yo pedí el traslado porque era un sitio muy bueno para trabajar, los funcionarios éramos como una gran familia, en cuatro años abrí sólo dos expedientes disciplinarios». Uno de ellos a Elicio, el canario, que de lo confiado que vivía volvió un día con ocho bellotas de hachís en los bolsillos. «Era tercer grado, la mayoría de los reclusos querían acabar su condena tranquilos sin meter la pata, pero alguna vez alguno la metía, los menos». Unos 60 llegaron a tener ellos en los últimos años de vida de la granja.

Continúan el recorrido derrochando anécdotas y recuerdos. Hace muchos años que no habían vuelto, alguna vez de pasada. Las máquinas han demolido también gran parte de las oficinas de los funcionarios, donde llegaron a vivir algunos que estaban solteros, el director y el administrador del centro, alrededor de un plaza pegada a la estación donde llegaban los presos y las familias para las visitas. Antonio desconocía el año de construcción pero sí recuerda haber visto en algún lado un busto de Concepción Arenal.

una cárcel granja. En la memoria del Ministerio del Interior correspondiente a 1963 figura por primera vez una referencia a Herrera abierto, un documento de 244 folios en los que se da cuenta «de la tramitación de los expedientes para la construcción de nuevas Prisiones Provinciales en Cuenca, Palma de Mallorca y Vitoria, y una granja agrícola penitenciaria (establecimiento abierto) en Herrera de la Mancha (Ciudad Real)». Ahí empieza la historia de la Venecia de La Mancha.

A día de hoy quedan en pie los dos pabellones de reclusos, donde dormían y compartían horas de televisión y ocio, justo los dos edificios que para Rafael Mateos, de 63 años y el que fuera uno de los funcionarios de interior, son los más significativos, los que más le van a doler ver caer. «Éramos unos 15 en plantilla pero el servicio era de dos en dos. Hemos pasado muchas horas ahí, hemos vivido muchas cosas. Tenemos muy buenos recuerdos de este sitio, de verdad».

Las máquinas han tirado también la escuela que había entre los dos pabellones, donde daba clase una maestra de Jaén; el economato y la enfermería. Antonio recuerda, aunque no el año exacto, que un ATS falleció en su coche arrollado por el tren justo en el cruce de la estación, cuando regresaba a su casa de trabajar. Recuerdos para todo y de todos.

Han caído ya los silos donde almacenaban el pienso y parte de la granja y la ganadería, en la que los reclusos ordeñaban la leche que luego vendían. «No salían de aquí pero tenían libertad, salvo las horas de recuento, antes de comer y por la noche, el resto del día trabajaban en la granja y cobraban un sueldo y se movían como querían». Era una vida tranquila previa al paso al regreso a la sociedad, una alternativa. Había pastores, agricultores y aprendían un oficio. Durante un tiempo también se trabajó la madera y de allí salieron muchos de los muebles de estilo castellano que las familias de Manzanares y alrededores iban a comprar a la cárcel.

Al igual que Rafael, Miguel Huertas, de 61, era uno de los funcionarios encargado del control de los internos. Fue un hombre feliz en Herrera vieja, como feliz es ahora en el puesto que ocupa desde los 90 de jefe titular de servicios. Él y Rafael siguen trabajando en el centro penitenciario de Herrera de La Mancha. «Yo he hecho y hago lo que me ha gustado. Creo en la reinserción y lo que más me aporta mi empleo es la satisfacción de trabajar con personas. Tengo una máxima, juzgar a las personas dentro no por lo que hayan hecho fuera, sino por su comportamiento, con el que se puede claro».

Avanzan por el lugar donde estaban las moreras y los hermosos rosales de flores violetas, observan el lugar donde los reclusos cogían espárragos, setas y la zona de arbustos donde algunos hacían escapadas con chicas. Hoy hay ladrillos rotos, piedras, cristales y malas hierbas y ruido de palas y destrozos. «Este hubiera sido nuestro retiro, entramos jóvenes y hubiéramos deseado acabar aquí».

dos herreras. En 1979 llegó la gran y moderna cárcel de máxima seguridad de régimen cerrado y empezó a convivir con Herrera vieja durante casi 12 años. «Cuando empezó el rumor de que se iba a cerrar nos llamaron y se acordó una unificación y a nosotros nos metieron en la actual, y ya se quedó solo el centro penitenciario que hoy conocemos» y la granja se dejó morir.

«Fue una cárcel de tercer grado, pero aquí hemos tenido presos con condenas grandes, con delitos de sangre». Antonio cuenta que la cárcel ha pasado por muchas épocas y en la última la tipología de presos había variado, llegaron muchos reclusos jóvenes que no habían visto una vaca en su vida, que venían de los extrarradios de Madrid. «Poco a poco empezó a haber menos internos, se cerró el 1 de junio de 1991 y los últimos años uno de los pabellones de internos ya no estaba abierto por falta de internos. Nunca llegó a haber más de 80, al menos en los años en los que trabajamos aquí nosotros».

Miguel, Rafael y Antonio caminan sin parar de hablar y señalar, de comentar en voz alta. Miran esto y aquello y miran el frontenis «¡que cómo se ha quedado!».

Las máquinas destruyen y derriban sin pausa, los hombres de blanco recogen los escombros para borrar de la memoria y del mapa Herrera abierto, Herrera vieja, la granja penitenciaria que convivió durante tres décadas con la sociedad manzanareña. «El día que vine a por el archivo, que era lo último que quedaba para llevarlo al otro centro dije esto ya se ha acabado, no tenía vuelta atrás», recuerda ahora Antonio que junto a Miguel y Rafael han pisado por última vez la Venecia de La Mancha, antes de que se hunda presa.