Aprendices de héroes

J.D. Bazaga
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El centro de adiestramiento de la Fundación ONCE del Perro Guía educa a los perros para uno de los trabajos más exigentes, pero a la vez más gratificantes: ayudar a sus dueños invidentes a desenvolverse por un entorno plagado de obstáculos

‘Kichi’ se mueve juguetona en su estancia con sus compañeros. Salta sobre sus patas traseras con ganas hasta que se pone a la altura de los humanos. Parece que le gusta llamar la atención. En la habitación contigua, ‘Barto’ en cambio se deja querer, “es más tranquilote” explican sus cuidadores.

Ambos comparten habitación con otros compañeros, pero nunca son más de 3 o 4 “como mucho, para que se lleven bien. Con más podría haber problemas”, señalan. A pocos metros, pero ya en otro módulo, ‘Laki’ y ‘Hell’ descansan tras una puerta en la que se puede leer “Hospital”. “Reposo” es lo que anuncia su estado en las pizarras que cuelgan en su estancia. Por “infección” Laki. Por “castración” Hell. “Todos son castrados o esterilizados”, nos cuentan sus responsables, “no queremos que salgan corriendo detrás de una chica guapa”, agregan. Y es que ellos no pueden dejar su “puesto de trabajo” así como así.

Todos ellos están siendo entrenados y enseñados para que en apenas unos meses desempeñen uno de los trabajos más exigentes y a la vez más gratificantes puesto que, en su caso, de su labor depende la calidad de vida de muchas personas. Hoy son aprendices de héroes. Mañana serán perros-guía de personas que, sin ellos, verían limitada su movilidad e independencia.

Estamos en el centro de adiestramiento de la Fundación ONCE del Perro Guía, el único que tiene la organización en toda España, y de donde han salido los asistentes para la mejora de la movilidad y de la independencia de casi 3.000 personas de todo el país, en sus 28 años de historia que se cumplieron precisamente el pasado 24 de septiembre.

Hoy, 21 de ellos acompañan a invidentes de Castilla-La Mancha: uno en Albacete, otro en Guadalajara, cuatro en Cuenca, siete en Ciudad Real y ocho en Toledo. “La lista de espera es larga, tenemos cerca de 350 personas esperando un asistente y se puede llegar a los tres años de espera”, refiere Matilde Gómez Casas, directora gerente de esta fundación. Precisamente por esta gran demanda, el centro se encuentran en pleno proceso de expansión que incorporará dos nuevos edificios a los cuatro ya existentes, para poder pasar de entregar los 145 perros del año pasado a los 175 que aspiran a entregar en 2022, y con menos tiempo de espera.

Entrenamiento. Desde que nacen, pasan cerca de dos años hasta que entran en el servicio activo, que puede dilatarse hasta los 12 años. A los 54 días de ver la luz, tiempo que pasan con sus madres, son llevados a familias de acogida con las que aprenden a socializar y conocer, además del mundo, el cariño. Pero también a estar con gente, en aglomeraciones, los ruidos, desenvolverse por la calle, el transporte público, etc. Pasan entre 10 y 12 meses en estas familias a las que se les sufragan los gastos que acarrean estos cánidos.

Antonio es uno de ellos. Es jubilado y va por su tercer perro de acogida. Se llama ‘Ficha’, un cachorro de labrador al que le delata la curiosidad, con ganas de conocer a todo el mundo. No se pueden llamar igual que las personas para evitar distracciones. Antonio tuvo perro hace mucho tiempo y, cuando se murió, su mujer atravesó un proceso muy difícil de asimilación, “casi un trauma”. En esta práctica de acogida encontraron consuelo, pero motivaciones hay muchas. “No veo mejor forma de educar a un perro que para ayudar a las personas” dice Antonio a las puertas del centro, al que ha acudido para una revisión rutinaria de ‘Ficha’, que ya porta el chaleco identificativo de “aprendiz”.

En ese tiempo con las familias también aprenden algunas de las instrucciones básicas como sentarse, caminar, tumbarse o permanecer quieto. “Les llevamos al cine, al teatro, a lugares con mucha aglomeración de gente para que se acostumbren”, relata. Tras ese periodo vuelven al centro para que los 4 entrenadores y 11 instructores les enseñen, ahora sí, a cuidar de sus dueños. El proceso dura otros ocho diez meses, dependiendo del ejemplar. ¿Cómo? Identificando obstáculos y guiándoles a través de ellos, deteniéndose ante unas escaleras y a no continuar hasta cerciorarse de que el acompañado ha identificado la amenaza. Parar antes de cruzar en un paso de peatones o una carretera y, algo muy importante, adiestrándoles en lo que llaman la “desobediencia inteligente”, es decir, a desobedecer al dueño cuando su decisión implique un riesgo, como cruzar una calzada cuando viene un coche por mucho que el dueño se empeñe en emprender el paso, o no continuar la marcha hasta comprobar que el dueño ha testado la altura de un escalón que es nuevo para ellos.