Silencio a piedra y metal

Diego Farto
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La salida de la procesión desde la iglesia de San Pedro reunió a un gran número de espectadores para contemplar el paso de una de las cofradías de Semana Santa con mayor presencia de penintentes en la calle

Procesión del Silencio - Foto: /Fotos RUEDA VILLAVERDE

La procesión de la madrugada del Jueves Santo, se llama del Silencio, pero en realidad está salpicada de ruidos en forma de susurros, de golpes y de arrastres que se escuchan con total nitidez desde el silencio que efectivamente impera en las filas de nazarenos vestidos con hábito y capillo negros.

Los susurros corresponden a las voces de los espectadores que aguardan a los flancos del recorrido, que a medida que ven acercarse la cruz de guía de madera flanqueada por dos ciriales de madera, van bajando el tono de su conversación hasta convertirlo en rumor ininteligible salvo para los propios interesados. Los golpes son los de las cruces al golpear en suelo cuando los penitentes que las llevan a hombros las dejan descansar por un momento en el suelo o los golpes mismos de las baquetas sobre los parches de los tres tambores que marca el ritmo de avance en distintos tramos de la comitiva. Los arrastres son los de las cadenas que llevan en los pies un buen número de hermanos de fila. Una parte de ellos añade la penitencia de caminar descalzo o de cargar sobre sus hombros una cruz de madera.

Aunque todo esto son datos de sobra conocidos por el público de Ciudad Real, de nuevo en la madrugada del Jueves Santos, las calles del centro presentaban el mismo trasiego de personas que si se tratase de un sábado a mediodía. Y la Hermandad del Silencio fue fiel a la cita, pero sobre todo lo fue a sí misma. A las tres en punto de la madrugada el cornetín de órdenes franqueó la puerta del Sol de la iglesia de San Pedro para alertar de que se inicia una madrugada diferente con un largo y doliente toque de silencio.

Procesión del SilencioProcesión del Silencio - Foto: /Fotos RUEDA VILLAVERDE Al abrirse definitivamente la puerta del templo, pasaron bajo las molduras del arco los pasos del Cristo de la Buena Muerte y de la Virgen del Mayor Dolor (éste último a ruedas), para situarse uno a cada la do del arco y presidir así la salida de todos los integrantes de la hermandad.

Tras la cruz de guía y los faroles de madera que la franquean comenzaron su recorrido los penitentes con cadenas, el arrastre de éstas sobre el empedrado de la anteiglesia acentuaba el dramatismo que se dibujaba en los esfuerzos de algunos de ellos. Entre las dos filas de nazarenos encadenados caminaban los que habían elegido llevar el peso de la cruz, algunos también con cadenas.

Después marchaban los hermanos de fila que llevaban en sus manos un hachón, en la mayoría de los casos de encendido eléctrico, pero también los hay de vela.

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