El servicio educativo de la ONCE atiende a más de 90 estudiantes en Ciudad Real

A. CRIADO
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El servicio educativo de atención a la población con ceguera o deficiencia visual grave es una de las joyas de la corona de la Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE), que cuenta con 7.500 alumnos repartidos por toda la geografía nacional, de los cuales casi un centenar reside en la provincia de Ciudad Real y alrededor de 350 en toda la región. Favorecer la plena inclusión escolar y social de este alumnado es el fin último de este recurso, que engloba a recién nacidos, niños, adolescentes, adultos y mayores. «Desde los cero hasta los 100 años», subraya con orgullo el director de la agencia en Ciudad Real, Cristino Ortuño.

El modelo educativo de atención a la población con ceguera o deficiencia visual en España se basa en la inclusión educativa, precepto recogido en la actual legislación y que es de debido cumplimiento para todas las administraciones educativas, con las que la ONCE trabaja codo con codo. De hecho, dos de los seis maestros con los que cuenta la agencia en la provincia son trabajadores de la Junta de Comunidades, gracias a la firma de un convenio de colaboración.

La inclusión es un modelo de apoyo centrado en la escuela y en el entorno. Ahora es la escuela quien debe adaptarse al alumno (y no al revés, como sucedía no hace tantos años) y proporcionarle los recursos necesarios que posibiliten su plena inclusión educativa y social, su integración plena en la sociedad y su futura inserción laboral. Un cambio de modelo que empezó a gestarse a finales de los años 90 y que adquirió velocidad de crucero con el nuevo siglo.

Ortuño asevera que la atención personalizada, la orientación y el trabajo directo con las familias y los centros son las claves del éxito del servicio educativo de la ONCE, que no sólo atiende a sus afiliados, sino también a alumnos de Primaria que no superen una agudeza visual de 0.3 en la escala Wecker (el límite para afiliarse a la ONCE es de 0.1). «Cada vez que un centro acoge por primera vez a uno de nuestros niños hay que empezar desde cero, enseñando y orientando a profesores y tutores», remarca el delegado de la agencia en Ciudad Real, que hace hincapié en que el colectivo al que representa es «difícil», porque salvo en los casos de ceguera total, «existen numerosas patologías relacionadas con la visión y las adaptaciones (atriles, lentes, flexos, lupas…) no son homogéneas».

Por ello, la ONCE trabaja con un protocolo que deriva en un proceso individualizado de atención, es decir, cada afiliado tiene la supervisión personal de un profesional, que en el caso de los escolares siempre será un maestro. Es el caso de Guillermo Yriarte, que todas las semanas recorre la provincia para prestar apoyo a los cerca de 20 alumnos que tiene asignados y, sobre todo, para asesorar a los trabajadores de los centros donde estudian. Ángel Céspedes, Agustina Cerezo, Ana Cruz, Millán Gómez y María José García son los otros cinco maestros que trabajan actualmente para la ONCE en Ciudad Real.

Para Guillermo Yriarte, sevillano de 40 años de edad y especialista en psicología infantil, la clave del cambio que se ha producido en los últimos años en la educación de personas con ceguera o deficiencia visual radica especialmente en «la calidad de los tutores de los centros y en su sintonía y colaboración con los maestros de la ONCE».

La labor no es sencilla. «Antes había más ciegos totales y la respuesta era clara y automática: braille, acceso a la tecnología y autonomía con el bastón; pero ahora hay cada vez más patologías complejas que exigen una respuesta muy elaborada y personalizada y no sólo en cuanto a recursos o materiales, sino con otras variables que se nos escapan como los recreos, las habilidades sociales y la sobreprotección de padres y profesores», resalta Yriarte. Asignaturas pendientes como los idiomas, que se imparten en clase de forma «muy visual», lo que provoca que estos estudiantes tengan, por lo general, «un nivel muy malo».

Otro de los problemas más frecuentes es la aceptación de la discapacidad, especialmente entre los alumnos más jóvenes. «La provincia es tan extensa que a veces los niños que yo tengo son los únicos con un problema visual en su localidad o en su entorno y conocer a otras personas a las que les pasa lo mismo (él sufre una atrofia del nervio óptico) les tranquiliza y les relaja mucho, porque ya ven que no es algo tan devastador, que se pueden poner remedios a las cosas y llegar a tener una formación y un empleo digno», sentencia Guillermo Yriarte.