Las damas del tricornio

Pilar Muñoz
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La mujer cumple un cuarto de siglo en la Guardia Civil desmontando tópicos y demostrando

Varias mujeres guardias civiles, posan para la cámara de La Tribuna de Ciudad Real.. - Foto: Rueda Villaverde.

Militares y guardias civiles estaban en el punto de mira de los pistoleros de ETA. Eran los años de plomo, del tiro en la nuca y los coches bomba. Esta espantosa situación que vivía España no debilitó la vocación de las mujeres que ingresaron en 1988 en la Academia de Baeza para formar parte de la Guardia Civil, hasta entonces terreno vedado para el sexo femenino.

Un año antes, ETA cometió los atentados más sangrientos de su historia. Una bomba en el centro comercial Hipercor de Barcelona mató a 21 personas y cuando 1987 estaba a punto de acabar, perpetró otro en la casa cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza que segó la vida de otras 11 personas. Ese mismo año también mataron a un comandante y al guardia civil Antonio González. 1988 no empezó mejor. La banda terrorista volvía a matar, más de 15 atentados en los que asesinaron a un general de Brigada, varios guardias civiles, policías nacionales y algunos civiles, entre ellos un periodista y un niño, actos criminales que, lejos de echar atrás a estas mujeres, las empujaron, si cabe con más fuerza, en su afán de contribuir a que toda la sociedad española pudiera salir a la calle sin temor.  

Una de las 198 mujeres de la primera promoción de guardias civiles nació en Ciudad Real y actualmente presta servicio en la Comandancia de esta provincia. Cristina ingresó el 1 de septiembre de 1988 en la Academia de Baeza, incorporándose al año siguiente a su primer destino.

Un cuarto de siglo después son más de 5.100 las mujeres en activo repartidas en todas las escalas y «perfectamente integradas» en todas las especialidades. En Ciudad Real prestan servicio 40, seis de ellas relatan a La Tribuna su experiencia y cómo llegaron a vestir el traje verde y coronar su cabeza con un tricornio. Hubo que romper muchas barreras y superar roles muy asentados en la sociedad.

Maribel nació en Puebla de Don Rodrigo y desde niña quiso ser guardia civil, de Tráfico, apunta, para, a renglón seguido, explicar que cuando era pequeña siempre se quedaba mirando las motos de los guardias civiles y decidió que ella también sería motorista de Tráfico. Así que cuando pudo ingresó en la academia, en el año 1989 y en 1993 «ya pasé a formar parte de los equipos de atestados», y ahí continúa.

Cuenta sin dar apenas tiempo para que tomemos nota que su primer destino fue Talavera (Toledo), donde estuvo dos años. Después realizó las prácticas y en 1993 fue destinada a La Rioja, a los equipos de atestados, donde estuvo cinco años. Su siguiente destino fue Las Pedroñeras (Cuenca), y aún no ha acabado de decirlo cuando se le hace un nudo en la garganta y el torbellino de locuacidad enmudece al  tiempo que su mirada su nubla y un rictus de tristeza asoma a su rostro. Ya un poco recuperada, explica que al recordar este destino le vino a la cabeza  su compañero Eusebio García, cuya muerte en la Vuelta Ciclista a España le había comunicado un rato antes de esta entrevista.

Maribel lleva 21 años en Tráfico y asegura que lo más duro es la muerte en carretera de niños y personas conocidas. «No te acostumbras a la muerte, no serías humano, pero cuando hay niños y alguien conocido afecta especialmente. Por desgracia, he visto a tres compañeros muertos y es duro». Confiesa que en el lugar aguantan el tipo, realizan su labor, pero «cuando llegas a casa y te quedas sola...».

En cuanto a los riesgos, dice que siempre hay.  «Tienes que saltar muchas veces para evitar que te maten». Lo mejor de la profesión «es el auxilio en carretera, la gente lo agradece mucho y no lo olvida». En todos los años que lleva en el Cuerpo, Maribel sólo ha tenido que sacar la pistola una vez. «Estando en Talavera dieron un aviso de un atraco y hubo que parar el coche en la carretera, el compañero al ver como llegaba dijo saca la pistola, móntala y ponte al lado de la puerta. Esto impresiona», asegura.

Irene (Seguridad Ciudadana). Se hizo guardia civil ante la incredulidad de su familia, donde hasta entonces nadie había vestido de verde. Irene nació en Ciudad Real y la vocación le llegó con la profesión. Desde los 17 años había estaba trabajando en la hostelería, de camarera, en bodas, bautizos, comuniones, y con 26 «no sabía quién era». Necesitaba encontrarse y lo hizo en la Guardia Civil. Era una mujer disciplinada, que se identificaba con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Así que decidió probar suerte, se puso a estudiar y logró entrar en la Guardia Civil. Cuando su familia la vio vestir el uniforme en la jura «se emocionó y fue un momento muy grande para todos», apunta Irene.

Su primer destino fue el Ministerio de Sanidad y el próximo diciembre hará cinco años que está en la Comandancia de Ciudad Real, en la Unidad de Seguridad Ciudadana (USECIC). Su tarea consiste en montar dispositivos en la A-4, A-42 y A-43, principalmente, para controlar todo tipo de vehículos, el tráfico de drogas, armas, personas en busca y captura. «Tienes que estar con los cinco sentidos», dice tras explicar otras funciones que realiza la unidad en la que está adscrita. También en alguna ocasión ha habido que desenfundar la pistola, pero sin llegar a hacer uso de ella.

Alicia (Grupo ROCA). Nació en Soria, donde estaba destinado su padre, también guardia civil. Ingresó en el Cuerpo en 2008, después de terminar la carrera de ADE (Administración y Dirección de Empresa), como le aconsejó su padre. «Me dijo que primero estudiara y luego aprovechara los estudios en el Cuerpo y así lo hice». Alicia nació en un cuartel y desde siempre quiso ser guardia civil. Su primer destino fue Villanueva de San Carlos, luego pasó a Cuenca y, más tarde, a la Comandancia de Ciudad Real, donde está adscrita al grupo ROCA que combate el robo en el campo. «Se hacen muchísimos operativos de noche, preventivos, para evitar el robo de cobre, en casas de campo y explotaciones agrícolas», explica en relación a la labor que realiza. En cuanto a situaciones de riesgo, cuenta que sufrió un intento de atropello de un coche a la fuga.

María Antonia (Seguridad Ciudadana). Es una de las pioneras. Nació en la provincia de Cádiz porque «allí estaba destinado mi padre, que también es guardia civil», pero se siente cordobesa. Antonia es guardia civil «desde que me engendraron mis padres», dice con ímpetu, dando muestras de ser una mujer enérgica y de férreas convicciones.

Su primer destino fue un pueblo de Córdoba y luego la trasladaron a Ciudad Real, donde presta servicio desde hace 19 años. Ser guardia civil es un sentimiento, dice esta guardia que sabe bien lo que cuesta estar en la calle, tratar de solucionar los problemas de la gente y combatir la delincuencia. Echando la vista atrás, comenta que hubo que pulir muchas cosas tras la incorporación de la mujer en la Guardia Civil. Cuenta que al principio la gente «te miraba con recelo», decían «una mujer vestida de guardia». A lo largo de este tiempo «las mujeres hemos tenido que demostrar muchas cosas, ganarnos el respeto dentro y fuera. Había que demostrar más que los hombres, porque a ellos se les supone un valor y a nosotras no. Pero no sólo en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, también en otros terrenos de la sociedad».

Recuerda perfectamente su primera detención. «Fue estando concentrada en Melilla.

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