«Si no es por la Reina aún estaríamos esperando la apertura del Museo de Ciudad Real»

Pilar Muñoz
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Rafael Garcia Serrano./ - Foto: JUAN LAZARO

Igual que el nuevo edificio del Ayuntamiento cambio por completo el paisaje de la plaza Mayor de Ciudad Real, la llegada del primer director del Museo Provincial en el verano de 1974 a la capital se hizo notar. El estilo y las formas de Rafael García Serrano, ataviado con sombrero y trajes en tonos claros que complementaba con zapatos atrevidos y coloristas, y maletines transparentes o de colores, rompían con el terno oscuro y el gris en todas sus variantes, habituales en la Administración de la época, y avisaban de la 'revolución' que se avecinaba.

Lo que pasa es que, en el caso del Ayuntamiento, sí había edificio, pero, en el del museo ni había edificio, ni colección que mostrar, ni papeles, ni nada. Y luego, cuando hubo inmueble, tuvo que interceder la Reina para que por fin abriera sus puertas. Hoy, al repasar con Rafael García Serrano la intrahistoria del Museo Provincial de Ciudad Real, no cabe sino calificarla de auténtica antología del surrealismo burocrático.

García Serrano aterrizó en La Mancha en agosto de 1974 porque el Ministerio de Educación y Ciencia creó cerca de 20 plazas de directores-conservadores de museos, entre las que estaba la de Ciudad Real a pesar de que no disponía de sede ni había existido con anterioridad. Pero entonces, García Serrano no lo sabía. Se encontró con una situación realmente pintoresca, pero no se arrugó y se puso manos a la obra sin sospechar lo que le iba a deparar un futuro cercano.

habitación con vistas. Lo primero que hizo fue buscar un espacio para trabajar con los fondos, escasos y desperdigados por despachos y otras dependencias de organismos oficiales (cuadros del Museo del Prado cedidos en depósito y otros bienes requisados en la Guerra Civil que al no reclamarlos nadie pasaron a ser propiedad del Estado). La Diputación le cedió una habitación (con vistas a la futura pinacoteca) y ahí empezó a hacer las primeras indagaciones para localizar las piezas y  recopilar los fondos para el Museo de Ciudad Real. «No había prácticamente fondos, porque no había habido museo, no es que se hubiera cerrado o cambiado de sitio, es que no había habido nunca un museo », remarca poniendo énfasis García Serrano.

Aunque pocos, había que localizarlos, saber dónde estaban. En la casa de cultura encontró dos armarios con algunos restos arqueológicos, y después siguió la expedición por la Diputación, el Ayuntamiento, Obispado... en busca de los fondos depositados por el Museo del Prado y los otros bienes propiedad ya del Estado. Aunque García Serrano estaba enfrascado en esta tarea y en la organización de actividades culturales con el fin de que el museo 'ilusorio' sonara, le preocupaba que no hubiera edificio. Había un solar del Estado, «bien situado», entre la calle Caballeros y el paseo del Prado, mirando a la Catedral, en el que el Ministerio puso los ojos. «Se fueron haciendo gestiones para construir el edificio y se firmó un convenio con la Diputación para que adelantara un dinero que el Ministerio le iría reintegrando en varias anualidades». El asunto empezaba a tomar cuerpo; el Ministerio encargaba el proyecto al arquitecto Carlos Luca de Tena Alvear, la obra salía a concurso, se adjudicaba y Agroman empezaba la obra de construcción del edificio, recuerda García Serrano, quien reitera que se habían creado plazas en los museos de Salamanca, Burgos, Ávila, Guadalajara, Badajoz, Cáceres, Ibiza, Menorca y Cuenca en las que en mejores o peores condiciones había un museo, y en Ciudad Real dieron por supuesto que también, cuando de lo que se trataba era de ponerlo en marcha.

«Ni siquiera existía jurídicamente», remarca García Serrano. Lo descubrió al solicitar una subvención para organizar exposiciones y conferencias en otro local con el fin de que se fuera conociendo la existencia del museo, para que la gente tomara conciencia, para que empezara a sonar. Y cuál sería su sorpresa cuando desde el Ministerio le comunicaron que no le podían dar ese dinero porque no existía el Museo, «algo surrealista».

Realmente insólito. Así que se iniciaron los trámites para crear jurídicamente el Museo de Ciudad Real, explica Rafael García para, a renglón seguido, señalar que él llegó en 1974, «vivía todavía Franco», y el Decreto de creación del Museo es de febrero de 1976, «lo firmó ya el Rey Juan Carlos», dice poniendo énfasis.

Lo cierto es que se dieron un cúmulo de circunstancias «realmente insólitas». Pero la cosa no quedó ahí. Por fin el museo se construyó gracias a un convenio por el que la Diputación adelantaba el dinero que luego devolvería el Estado, pero resulta que el acuerdo «no era legal porque lo firmó el subsecretario la víspera de cesar y no pasó por una serie de trámites de Intervención del Estado», remarca García Serrano.

La gracia de la reina. El edificio estaba terminado, pero no entregado porque no se ponían de acuerdo la Diputación y la Administración central. Los meses iban  pasando hasta que, aprovechando que la Reina venía a inaugurar el parador de Almagro (septiembre de 1979), «se me ocurrió hablar con ella». El problema «era llegar hasta ella», franquear el paso. Pero lo primero era ir Almagro, presenciar una pequeña exhibición de bailes e ir tomando posiciones. Una vez en el parador se dirigió a la jefa de Protocolo de Zarzuela para decirle que quería entregarle unas publicaciones del Museo de Ciudad Real a la Reina. «Me dijo que tenía que consultarlo con el jefe de la Casa del Rey, el marqués de Mondéjar», recuerda García Serrano esbozando una sonrisa sin dejar el relato.

«Cuando se inició la comitiva hacia el Corral de Comedias, donde la Reina iba a asistir a la representación de La Dama Boba, de Lope de Vega, yo me aproximé al marqués de Móndejar. Sabía que era muy amigo de José Antonio de Bonilla y Mir, presidente del Instituto de Estudios Jienenses, que era  también amigo mio a pesar de la diferencia de edad. Yo había estado en su casa en varias ocasiones, un palacio en el que había estado hospedado el Rey Juan Carlos cuando era jovencillo. El marqués de Móndejar era el padrino de la boda de Antonio Bonilla y Mir, y a través de este amigo en común, recordándole, conseguí mantener una conversación con el marqués hasta llegar al Corral». Y entonces, «me dijo que cuando acabara la representación de la obra teatral me haría una indicación para que me acercara a la Reina Doña Sofía y le entregara las publicaciones», cuenta emocionándose al evocar el momento.

Rafael García Serrano no tenía invitación, ni entrada ni nada, pero entró al Corral para ver la representación. «No sé realmente cómo fue, pero entré y vi la obra».

Al acabar la función «me fui al zaguán, a la entrada y, al hacerme la indicación me acerqué y le di las publicaciones a la Reina. Estaban el gobernador civil, cuyo nombre no recuerdo, el ministro de Comercio y Turismo. Fue un encuentro muy breve pero suficiente para entregarle las publicaciones y lo que yo esperaba, que me preguntara por el Museo. Le dije, Majestad está el edificio, está construido, pero está cerrado por una serie de problemas administrativos y no existe, no se puede abrir. El ministro, nervioso, trató de quitarme de enmedio diciéndome que ya le había entregado las publicaciones y que me marchara».

Tras este episodio se armó un «follón bastante gordo». Tanto que «al día siguiente, el gobernador, a quien por la noche parecía que le iba a dar algo, me llamó y me dijo si es que yo quería ser la estrella y otras cosas parecidas no reproducibles, pero la verdad es que unos días después empezaron a pedir documentación desde Madrid y unos meses más tarde hubo una reunión en Ciudad Real de los presidentes de los institutos de estudios provinciales con unos nombres o con otros», entre ellos, el jienense que presidía José Antonio Bonilla y Mir, amigo de la Casa Real y del jefe de esta Casa. «Estuve charlando con él y  me comentó que la Reina se había interesado por el tema del Museo de Ciudad Real, algo que yo ya intuía, porque una cosa que llevaba parada de pronto empezó a moverse y a ponerse en marcha»,  remarca Rafael García Serrano.

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