Ángeles de la guarda

Pilar Muñoz
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El colectivo Alcer premia la trayectoria de dos enfermeros consagrados a sus pacientes que sufren patología renal

Es habitual que de todo premio que se entrega se diga que es merecido, un calificativo que en muchas ocasiones tiene más de halago gratuito de quien lo concede que de realidad. Este no es el caso, en cambio, de las distinciones entregadas ayer por Alcer.

Josina de Santiago y Juan Gabriel Monteagudo dieron una lección de profesionalidad, humanidad, humildad y compromiso con sus pacientes, algunos de ellos en la sala del hotel donde la Asociación para la Lucha Contra las Enfermedades Renales de Ciudad Real (Alcer) celebró la jornada provincial de Enfermedad Renal y Trasplante y la entrega de premios. Este año los galardonados han sido Josina de Santiago y Juan Gabriel Monteagudo. Ambos se mostraron agradecidos a Alcer por el premio.

Josina tras su paso por la UCI de un hospital de Madrid donde desarrolló su trabajo de enfermera, llegó a Ciudad Real en el 85 y empezó a trabajar en hemodiálisis hasta el año 92 cuando comenzó a hacer diálisis peritoneal con la doctora Caparros. «El trato con el paciente es más cercano, personalizado, con mucha relación con la familia. Yo les enseñaba como hacerse la diálisis en casa, como tenían que utilizar el material y ante cualquier duda llamaba por teléfono», relata a La Tribuna tras recibir el premio. Asegura sentir muy honrada y agradecida. Confiesa que no lo esperaba. «Sólo he cumplido con mi deber, es mi forma de trabajar, de forma de ser; no creo que haya hecho nada especial», indica emocionada.

Vocación. Juan Gabriel Monteagudo trabaja de enfermero ininterrumpidamente desde 2005, en la clínica del Prado de Hemodiálisis, algunos días en Urgencias de Hospital de Manzanares y desde 2008 compagina este trabajo con el que presta en la Residencia de Ancianos Santa Teresa de Malagón.

«Desde pequeño me gustaba mucho la enfermería, en el pueblo (Malagón) hacia cursos de primeros auxilios, de emergencia, iba a enseñar a nadar a grupos de discapacitados en la piscina de verano, a las personas mayores».

Cuando recibió el correo pensó que se habían equivocado «porque siempre se reconoce a profesionales con años de experiencia», dice tímidamente. Pero no se habían equivocado. Juan Gabriel emocionó a los asistentes con su historia de amor y entrega a los demás. Un día sufrió un desmayo en la sala de diálisis y el paciente al que estaba atendiendo en ese momento se levantó para evitar que cayera de boca al suelo. «Luego vinieron dos años malos: operaciones, quimioterapia, radioterapia, pero ahora estoy aquí y por fortuna sigo trabajando y ayudando. Volví a nacer y esa etapa me sirvió para comprobar lo que es un enfermo, un paciente», relató Juan Gabriel Monteagudo quien agradeció a sus padres y abuelos los valores que le inculcaron: humildad, respeto, paciencia y entrega a los demás.