Cayo sube a príncipe de la escena en el corral

Diego Farto
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La puesta en escena de los textos de Nicolás de Maquiavelo a través de un monólogo interpretado por el actor vallisoletano se convierte en todo un despliegue del actor

Cualquier aficionado al teatro que no estuviera el sábado por la noche en el Corral de Comedias debe apuntar en su agenda una llamada para ver en cuanto sea posible a Fernando Cayo en este monumental monólogo que es El príncipe, Sólo un pase por el Festival Internacional de Teatro Clásico es demasiado poco para una propuesta que será de las que más dará que hablar en la próxima temporada, a menos que su protagonista se canse de repetir cada noche semejante despliegue sobre las tablas.

El actor vallisoletano se lanza como un tiburón a por una dramaturgia difícil. El Príncipe es un tratado de pensamiento político, no un texto teatral, como tampoco lo son otras obras de Nicolás Maquiavelo que están en la base de este espectáculo, Del arte de la guerra, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, La mandrágora y alguna de sus cartas privadas.

Hay un momento al principio de la obra, cuando el actor se parapeta detrás de la mesa de despacho, que podría ser la de un político en el ejercicio del poder durante los años 80, en el que espectador puede temer que todo el montaje sea así, un dictado para la grabadora de casete, un ejercicio de dicción y un intento de seducción vocal. Cualquier miedo se disipa antes de que sospecha se consolide, Cayo se pone de pie, se acerca una vez más al tocadiscos y todo cambia. La obra entra en una fase llena de dinamismo en la que éste Maquiavelo del siglo XX va desgranando las claves de la acción política. Como para un político es clave "conservar la amistad de los poderosos" y no debe importarle engañar al pueblo para conseguir sus objetivos.

Pero al mismo tiempo, el espectáculo  concebido por Juan Carlos Rubio como director, no olvida que el político y diplomático florentino escribió El Príncipe cuando era ya un individuo caído en desgracia y vivía alejado del poder. De esta forma, Fernando Cayo poco a poco va desvelando que él también se encuentra alejado del poder, a medida que va cambiando su impecable terno con chaleco de político ochentista por una indumentaria más de campo, va aumentando su mensaje de denuncia, cuando ya sabemos que quien antaño era consejero de El Príncipe, en el presente tiene que cortar su propia leña, estamos ya no ante una serie de consejos para gobernantes, sino ante una advertencia al pueblo, para que sea consciente de los mecanismos de control del poder.

Fernando Cayo hace además todo un despliegue físico, se sienta, baila, se levanta, salta sobre la mesa, luces sus habilidades de esgrimista, cae al suelo y lo hace con tanta naturalidad que en ningún momento queda exagerado.

A pesar de la traslación dela obra al siglo XX Juan Carlos Rubio no renuncia a los ejemplos históricos de los que se valió Maquiavelo para su particular 'manual de gobierno', de modo que Fernando El Católico, César Borgia, y otros señores del renacimiento alimentan también la trama esencial.

Por otro lado, la obra cuenta con un escenario bien resuelto, pero capaz de dar alguna sorpresa, que además permite la proyección de un añadido audiovisual con el que se muestran la reflexión de maquiavélico sobre la guerra.