Vaqueros en 'vereda'

Ana Pobes
-

La única ganadería de reses bravas que hace la trashumancia cruzó la provincia con sus 457 vacas

Vaqueros en ‘vereda’

No es la primera vez que recorren la Vereda de los Serranos, una variación de la Cañada Real Conquense, un camino que Luis, Juanma o Vicente han recorrido siempre guiando las reses bravas de la ganadería Alicia Chico, la única que queda en España que se atreve a hacer la larga trashumancia andando, sin subir a los animales a un camión. Este año, casi 500 vacas. Salieron el pasado 15 de noviembre desde la Sierra de Albarracín (Teruel), concretamente desde el valle del Cabriel, en dirección a la finca El Pendoncillo, en Vilches (Jaén), en busca de mejores pastos y zonas menos frías para pasar el invierno.

Un recorrido que hacen dos veces al año. En noviembre y en junio. Más de 400 kilómetros a través de una de las cañadas más largas y que discurre por tres comunidades diferentes: Aragón, Castilla-La Mancha y Andalucía. Con centenares de kilómetros a sus espaldas, el pasado miércoles llegaron a Villanueva de la Fuente con las 457 reses que les acompañan en el camino. En esta ocasión duermen en el coto Camilo, a unos 12 kilómetros de Villanueva de la Fuente, donde hicieron un alto en el camino para reponer fuerzas. En los siguientes días cruzarían Puebla del Príncipe y Castellar de Santiago en el camino al sur.

Son los últimos trashumantes que marchan por esta vereda. Luis García Belenchón lleva 14 años ininterrumpidos realizando la trashumancia de ganado bovino desde la turolense sierra de Albarracín hasta Sierra Morena. Otros cuatro vaqueros le acompañan para conducir las 457 reses bravas: Juanma Ruiz, Vicente Salas, Máximo Moreno y Cristian Ruso. Juntos llevan cinco años realizando este viaje que acabará, quizá, este jueves. Todo dependerá de si se extravía o no alguna de las reses bravas. De ser así, la vacada continuaría camino, mientras algunos vaqueros inician la búsqueda acompañados de varios bueyes. Para tener un mayor control, los animales más ‘proclives’ a perderse llevan un cencerro con la finalidad de que sea más fácil localizarlos.

 De momento, solo uno abandonó la vacada. Fue en el Picazo, en Cuenca.

Su vigilancia para que no se extravíen es constante, incluso por la noche. Para ello, se organizan varios turnos. «La trashumancia de vacas no es como la de ovejas», explica García Belenchón, pues «en la bovina hay que tener mucho cuidado de que no se escapen, sobre todo, cuando hay cerca una carretera o pastos, porque por la noche también comen». Él es el que va al mando. Trabajador de una empresa de calefacción ocupa sus vacaciones en la vereda con las cientos de reses bravas.

De alguna u otra forma, todos tienen raíces familiares ganaderas. Y quizá eso es lo que les lleva a realizar cada año la trashumancia. «Esto tiene que gustarte, porque si no es imposible aguantar estas condiciones de vida, durmiendo al raso y soportando el frío, la lluvia, la nieve o la escarcha», comenta García. Sobre él recae toda la organización. Pueblo a pueblo ha de procurar agua y pasto al ganado y comprar alimentos y existencias para los vaqueros.

Las tareas más o menos están repartidas. Así por ejemplo, Cristian es el que se encarga de cocinar. Durante las comidas se convierte en ‘Cristina’, comentan entre risas. Hoy toca arroz con pollo. Nunca faltan guisos calientes como los caldos «que hagan entrar en calor». Pero tampoco falta la lumbre, y como no, las risas. Esas que hacen que el viaje sea mucho más ameno.

el día a día. La jornada comienza antes de que amanezca el día. A las 7.30 de la mañana toca levantarse para emprender camino una hora y media más tarde, sobre las nueve. Antes, hay que vestirse, desayunar y contar las reses, un proceso que se repite siempre antes de salir. Para ello, con dos caballos se forma una fila en la que las vacas contadas van entrando con la ayuda del resto de los vaqueros. Si el número no coincide, se vuelve a repetir tantas veces como sea necesario hasta llegar a las 457.

A lo largo del trayecto, cada año se van encontrando con algunos de sus amigos. Así, en Villanueva de la Fuente se reencuentran con Eugenio. Natural de Ruidera, acude a verles provisionado de comida: morcillas, chorizos y un buen vino que sirven para hacer un intermedio. «Siempre es agradable encontrarte con gente. Te arropan, te traen comida y pasas un buen rato», explica Luis mientras se preparan las brasas. Pero no siempre se puede hacer esta parada, aunque «en esta vereda estamos teniendo suerte y estamos haciendo dos comidas diarias».

Al atardecer llega el merecido descanso. Sobre las seis de la tarde es el momento de dar por concluida la jornada. Entonces, la tarea se centra en preparar las tiendas de campaña, la cena y entablar una buena conversación. Durante casi el mes que dura el trayecto, son muchos los momentos de reflexión que se encuentran en el camino. Ocasiones en los que se añora a la familia, esa que espera con anhelo el reencuentro. La soledad y la añoranza aparecen en ciertas ocasiones en el camino que «se sobrellevan si vas con un grupo de gente con el que te lo pasas bien», comentan.

La nieve y el frío son los peores compañeros de la travesía en la que se echa de menos albergues «en condiciones» para los vaqueros. Hay lugares en los que son «tan pequeños que apenas cabe el hato». Las trashumancia «está totalmente abandonada por la administración y como no se cuide, pronto llegará a desaparecer», lamentan, al tiempo que reclaman mayor limpieza en la cañadas, «donde la basura, los escombros y las botellas rotas» forman parte ya del entorno.

Los albergues «cuestan dos duros» y «los políticos no son capaces de hacerlos». Con ellos, apuntan, se «dejaría de pedir favores a la gente con la que te encuentras por la cañada al no disponer de sitios y seguro que muchos serían los que se animarían a hacer la trashumancia». «Pequeños detalles que cuestan dos duros y que ofrecerían una mayor comodidad», señalan.

El objetivo de la trashumancia es trasladar el ganado a una tierra más cálida. El viaje se puede hacer en camiones, pero su «alto coste», unos mil euros por camión en el que solo caben unas 40 reses, y el riesgo de dañar los cuernos en un viaje motorizado les lleva también a que sean los únicos que hacen el viaje de la trashumancia al completo.

En unos días llegarán a Jaén. Allí dejarán al ganado hasta que llegue la primavera, para cuando volverán a verse y emprender una nueva aventura. En esta ocasión, con dirección a Teruel. Serán los mismos caminos, los mismos vaqueros y la misma ganadería de Alicia Chico, pero, aunque todo parezca similar, cada trashumancia «es diferente».