«Soy de los pocos que han visto inaugurar dos hospitales y cofundador de una clínica»

Pilar Muñoz
-

El doctor Eduardo Rodríguez ha sido 43 años de jefe del servicio del Aparato Digestivo

Eduardo Rodríguez. - Foto: Tomás Fdez. de Moya

Conversar con Eduardo Rodríguez Sánchez es una delicia porque transmite sin ninguna dificultad la pasión que siente por la Medicina. Se define como «un culipardo por nación, adopción e imagino que por defunción, pero eso que tarde mucho», añade rápido, y, como ciudadrealeño que ha ejercido y ejerce como tal, es una enciclopedia andante que recuerda con todo detalle los avatares que ha vivido la atención sanitaria y su especialidad en la capital en estos últimos cincuenta años. Además, es capaz de explicarlo de forma amena, como si fuera una sesión doble de los antiguos cines de reestreno: una primera peli en blanco y negro y luego la otra en Technicolor.

Nació en Ciudad Real en 1942 y cursó sus primeros estudios en la Academia General de Enseñanza de Eusebio Piqueras, «un sitio delicioso, fabuloso, el chalet que ocupó Cruz Roja en la ronda. Era una academia que preparaba a chavales hasta ingreso en primeras opciones y allí aprendí también a leer. Me presentaron a ingreso y a primero de Bachiller el mismo año y así fui adelantado un año. Luego hice todo el Bachiller en el instituto Juan de Ávila».

Como hijo de médico, su destino parecía escrito, aunque confiesa que hubo un momento en que, y nunca mejor dicho, estuvo a punto de saltar por los aires porque «andada dudando con lo de ingeniero aeronáutico. Y es que en aquella época eso de los aviones era muy atractivo y además me ha gustado mucho la presunción y tal, las mujeres, y con el uniforme te sientes seductor», comenta echándose a reír al evocar aquellos tiempos.

Pero los pies volvieron a tocar tierra y se decantó por la Medicina, algo de lo que no se ha arrepentido y que para él es algo parecido a un sacerdocio: «No eres médico desde que naces porque no tienes el título, pero sí que mueres como tal porque realmente no dejas de serlo nunca», afirma.

Eduardo Rodríguez empezó la carrera con 16 años y la terminó en 1965 con 23 recién cumplidos. Se licenció ya con experiencia práctica en endoscopia, técnica sobre la que versa su tesis doctoral, que data de 1980. Pero antes de eso, se presentó, «mi padre me forzó», apostilla, a las oposiciones de Asistencia Pública a Domiciliaria (los médicos de cabecera de toda la vida), las ganó y le destinaron a Navalpino, aunque ejerció allí de manera 'oficiosa' porque tuvo un sustituto.

Posteriormente hizo las últimas oposiciones nacionales que hubo en la especialidad de Aparato Digestivo, los llamados cupos, y, a pesar de que sacó el número 4 y podía elegir cualquier otra plaza, «me quedé en Puertollano, dejé a un compañero de 'testaferro' durante un año, que era lo que me exigía la ley, y seguí en Ciudad Real». Pudo haber elegido Barcelona, Sevilla, Málaga, pero se quedó en su tierra.

El porqué de estas artimañas estriba en que «en aquella época no se había comenzado con el MIR y te tenías que buscar las habichuelas por donde fuera, aclara.

Dice que tuvo la suerte de que en los dos últimos años de carrera empezó a pasar consulta con un gran amigo de su padre, Juan Pérez de Madrid, que «fue mi primer maestro en digestivo y me condujo hacia la gastroscopia. Pero como no había especialidad ni escuelas, lo que tuve que hacer después de ganar la oposición de especialista de aparato digestivo fue irme por mi cuenta a la clínica de la Concepción en Madrid y a San Pablo y al Clínico en Barcelona; son los tres centros donde yo aprendí la endoscopia».

La técnica.  El doctor Rodríguez recuerda como si fuera ahora la impresión que le produjo una de la primeras endoscopias practicadas en un curso en Madrid y como a raíz de aquello llegó a Ciudad Real la primera unidad de endoscopia. Corría 1969 y fue con un especialista con mucha ascendencia en la capital, Carlos González Campos. «Nos admiramos  por lo que aquello significaba, porque veníamos de una situación en la cual en lugar de diagnosticar lo que hacíamos era utilizar el ojo clínico, fundamental y que cada vez se va perdiendo más, a asomarnos al estómago de una paciente que a la media hora, no se me olvidará en la vida, la vi comprando un libro en la plaza de Cristo Rey tan pancha, yo me quede alucinado. Y volví a Ciudad Real y le dije al director del  Hospital Alarcos, Arturo Hernández Palacios, que necesitaba una endoscopia porque lo que estamos haciendo es espiritismo, estamos actuando más como chamanes que como médicos, que la única forma en la gastroenterología de poder estar seguro de que lo estas diciendo tanto en lo positivo como en lo negativo es lo que acabo de ver. Esto era en mayo y en septiembre tenía yo el endoscopio en las manos».

Por aquel entonces, Eduardo Rodríguez llevaba un par de años contratado en el Alarcos como ayudante de cirugía, un cometido que le vino muy bien porque «no hay mejor cosa para diagnosticar las enfermedades que haberlas tenido en tu mano», y cuando ya vino la endoscopia le tocó formarse de manera casi autodidacta, ya que «no había libros ni nada».

Estuvo solo en Digestivo mucho tiempo, hasta el 75 o el 76, cuando vino una residente que había hecho la especialidad de residente en Madrid, «la primera que vino con nosotros, y luego se presentó a la oposición y ganó la plaza y se quedó conmigo; a los pocos años dieron otra plaza de digestivo, fueron tres, y el cuarto que se incorporó es el que ahora lleva la sección, José Olmedo, y después gracias a la dirección, de golpe me incorporaron cuatro o cinco adjuntos que son los que hay ahora mismo», resume.

En total, han sido 43 años de jefe de servicio, suficientes para saber cual es su cometido. Y es que «el jefe de Servicio no debe de ser la persona que más sabe del tema que se está tratando, no debe ser el superespecialista en hígado, intestino, bazo, riñón, no, no, ... El jefe de una Unidad técnica -explica- debe conocer todas las facetas de la Medicina con la suficiente profundidad como para que no le den gato por liebre, pero después ha de tener mano izquierda porque es un escalón intermedio entre la gerencia, que tiene fundamentalmente el instinto de la rentabilidad, y  los profesionales, que tienen el estímulo de la calidad. Tienes que establecer un ten con ten. Yo me peleaba con la dirección, amistosamente, y también con mis muchachos; ahora bien, que nadie de fuera les tocara porque me tiraba a la yugular», dice poniendo énfasis.

Asegura que se ha llevado bien con el 80% de directores y/o gerentes del hospital Alarcos y del General. Puestos a dar nombres a destacar, Eduardo Rodríguez se acuerda especialmente de Arturo Hernández, que fue quien le trajo el primer endoscopio, y del penúltimo, Jesús Fernández, que, con la gastroenterología, «se ha portado de maravilla», afirma. Del último, dice que «no quiero decir nada bueno ni nada malo, estuvo ocho meses, coincidió con mi jubilación, pero a ese no lo enjuició porque, si lo hago, salimos mal parados. A los demás les felicitó por su gestión, a los que más al primero, Arturo Hernández, y a Jesús Fernández, que es un tío de una valía contrastada; como gerente se tomaba el café con el primer celador, la primera limpiadora y el jefe de servicio más cualificado. De una categoría como gerente y como persona muy buena».

Eduardo Rodríguez se jubiló hace dos años, al cumplir los 70, por «imperativo legal» y presume con orgullo de haber organizado en Ciudad Real tres congresos regionales de la asociación castellana de aparato digestivo y uno nacional de endoscopia y de enfermería endoscópica en 2007 que reunieron en Ciudad Real a más de 1.500 personas.

Además, cada año  organizaba en julio coincidiendo con el Festival de Teatro de Almagro una jornada en la que participaban la flor y nata de la gastroenterología y endoscopia nacional. Eduardo Rodríguez no solo es un maestro en su especialidad (así se lo ha reconocido la Sociedad Nacional de Endoscopia), también en el arte de organizar congresos, brindando a los primeros espadas de la Medicina tientas y obras de teatro en Almagro. Estas jornadas han servido también para «dar a conocer mi ciudad, mi unidad y para no volver a escuchar eso de oye tu eres de Guadalajara, no hay cosa que más me cabree».

En el marco de estos congresos, el doctor Rodríguez creó un premio desde entonces instituido en homenaje a  Vázquez Iglesias que se otorga a la mejor comunicación endoscopias.

 

Los hospitales.  Afirma que «los cinco últimos años he sido tremendamente feliz y hubiera seguido; al menos me fui con el orgullo de haber fundado la Unidad de Endoscopia y el servicio de Aparato Digestivo del Hospital Alarcos y soy de las pocas personas que puede decir que ha inaugurado dos hospitales porque estaba en junio del 66 cuando vino Franco a inaugurar el Alarcos y en la inauguración del nuevo hospital, que es una maravilla». Aún así, el edificio del nuevo hospital no acaba de gustarle. El culpable es el arquitecto: «No he conseguido que me lo pusieran delante, me enseñaron la unidad de endoscopia cuando ya estaba hecha y el cabreo que me pille, ... la tuvimos que tirar. He dicho públicamente que este hospital es, sin ninguna connotación política, comparable al Valle de los Caídos, apariencia, opulencia y falta de funcionalidad. Y que me lo discutan: cómo se puede construir un hospital sin luz directa en La Mancha, cómo se puede concebir un hospital con 20 kilómetros de pasillos, unos pasillos de 20 metros de ancho y unas consultas en las que no caben las camillas», se pregunta con indisimulado enfado.

Pero se le pasa pronto. Cuando hablamos de los médicos de los que aprendió se calma y aprovecha para agradecer al Ayuntamiento que haya tenido la sensibilidad de dedicarles una calle a dos médicos de cabecera «imponentes» como Vicente Notario y su padre, facultativos inolvidables «para los que hemos mamado ese tipo de Medicina, heroica». Recuerda ver a su padre hacer punciones lumbares, a la luz de un candil, a un niño con tuberculosis meníngea, o hacer una sangría con un cuchillo esterilizado con una llama y salvar la vida al enfermo. Llegado a este punto de la charla destaca el diagnóstico a través de «los dedos de un médico al tocar una barriga, no la puedes agredir, la tienes que acariciar y tener en los pulpejos unas especies de linternas que vayan pasando y viendo, y por eso no puedes agredir a los músculos porque se van a resistir y no te van a dejar ver».

Pero hoy, lamenta, «se está más tiempo con el ordenador que con los enfermos, se ha perdido el contacto humano. Ese contacto humano aparte de que enseña, dice mucho de lo que le pasa al enfermo, tiene un efecto terapéutico sobre él que no es un tópico, es una realidad. Con Vicente Notario o mi padre Eduardo Rodríguez Arévalo, o Jaime Alemany, que acaba de fallecer, o Pepe Molina, que sigue haciendo ese tipo de medicina o Rafael Martínez López de Sancho, se están yendo el ojo clínico y el factor familiar. El médico es más que el cura: está en el nacimiento, en la comunión, en la boda y en el entierro. Era una persona más de la familia y eso por desgracia se ha perdido, hemos ganado muchísimo, pero el factor humano si se ha perdido».

la anécdota.  Aunque ya está jubilado por imperativo legal, el doctor Rodríguez sigue con su consulta privada, yendo a la clínica de Idcsalud, enclavada en el edificio de la antigua Coreysa, que puso en marcha junto al doctor Junquera y otros médicos. Recuerda que en febrero de 1973 trasladó en su propio coche a una parturienta desde el sanatorio del Prado a Coreysa, donde 15 minutos dio a luz un niño al que le puso el nombre de Ernesto por Junquera.

(Más información en la edición impresa)