Un oficio con historia

A.Criado
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La Asociación Naturalista Tablas de Calatrava ha tributado un homenaje a los yeseros de Carrión con la organización de unas jornadas en las que se ha revivido todo el proceso de elaboración tradicional de este material, una profesión a la que se dedi

El oficio yesero es una de las señas de identidad de Carrión de Calatrava. Aunque seguramente se inició mucho tiempo atrás, sólo se conserva documentación escrita de esta actividad desde hace 250 años, cuando el Ayuntamiento comenzó a cobrar un canon por la extracción de yeso, uno de los más antiguos materiales empleado en la construcción.

Tradicional y duro, este oficio se desarrolló en Carrión de Calatrava hasta la década de los 60 del pasado siglo XX. Su trascendencia era tal que más de 40 familias se dedicaban a esta actividad, fundamentalmente en la finca conocida como los ‘Praos’, cerca del castillo de Calatrava la Vieja. Entre 400 y 500 personas que llegaron a contar, incluso, con la figura de un alcalde pedáneo.

La Asociación Naturalista Tablas de Calatrava, constituida en la localidad hace cinco años, ha querido recuperar del olvido esta actividad, reviviendo el proceso de armado y quemado de un horno y del posterior rulado, cribado envasado del yeso, tal y como se hacía antiguamente. Un homenaje a una profesión, para el que han contado con la implicación y colaboración indispensable de Agustina, Isidora, Gregorio, Juan Vicente, Cirilo, Victoriano y Marcelo, que han compartido «su sabiduría y los recuerdos de una vida de yeseros».

Así lo subrayó Luis Reina, miembro de la junta directiva de la Asociación Naturalista Tablas de Calatrava, que explicó que cada una de las familias que se dedicaba a esta actividad solía tener tres o cuatro hornos, por lo que pagaban una cantidad de dinero a los dueños de la finca que los acogían. «Aprovechaban los meses de verano para producir la mayor cantidad posible de yeso y dejaban un retén para venderlo en invierno cuando, debido al encharcamiento de los ‘Praos’ no era posible la extracción». Según los arqueólogos de Calatrava la Vieja, esta finca albergaba la mayor concentración de hornos de yeso de Europa.

Una actividad que «implicaba a toda la familia» y que, de forma muy resumida, consistía en la extracción de los terrones, el armado del horno y su quemado, el rulado, cribado y envasado del yeso y, finalmente, su transporte a las localidades vecinas para intentar venderlo. El producto era conocido como «yeso negro», debido a su color grisáceo, y «adquiría una gran dureza después del fraguado».

un minucioso proceso. El proceso empezaba con la elección del terreno más apropiado, para lo que se guiaban por la experiencia y el color blanquecino del mismo. Después comenzaba la extracción «cavando a banco y socavando el terreno desde abajo para provocar la caída de los terrones, que se sacaban y se ponían a secar durante aproximadamente una semana». Si no estaban secos, se corría el riesgo de que el horno se aplanara, lo que implicaba «tener que volver a rehacerlo, además de un descrédito para los propios yeseros».

La tierra de arriba, denominada «cabeza», de color más negro al ser rica en materia vegetal, era eliminada para quedarse con los terrenos de yeso de un color mucho más blanco. «Este proceso se realiza con ayuda de un pico especial para ir socavando el terreno; los terrones de mayor tamaño reciben el nombre de armaderas y los más pequeños, menudillo», explican.

La siguiente operación era armar el horno, para lo que se ponían sucesivas capas de terrones hasta que se cerraba por la parte superior formando el ‘cascarón’, pero dejando una boca en la parte inferior por la que se metía la leña. El humo salía por los espacios que quedaban entre los terrones que formaban el horno.

Una actividad que los integrantes de la Asociación Naturalista Tablas de Calatrava revivieron el pasado 2 de abril, «acompañados de numeroso público y con la inestimable colaboración de personas que todavía conservan en su memoria los conocimientos necesarios para llevar a cabo este oficio tradicional».

Una vez armado, la siguiente operación era la de quemar el horno, usando como leña, fundamentalmente, la masiega que abundaba en la zona, así como sarmientos de viña o leña de poda de oliva, que se iba introduciendo con ayuda de un instrumento llamado ‘hurga’. Se encendía y ardía unas cinco horas, dependiendo del tamaño del horno y del combustible usado. «Se sabía que el yeso estaba quemado cuando salía el humo de color negro y por los orificios laterales salía fuego en lugar de humo», señalan desde la asociación.

El siguiente paso consistía en hundir el horno y machacar los terrones, golpeándolos con ayuda de una azada;se llevaban al moledero y se extendía una parva de yeso para proceder a su rulado, un proceso que se revivió en la mañana de ayer y que se hacía con ayuda de un rulo de piedra de forma cónica que era tirado por una mula. El yeso pulverizado se cernía a mano mediante una criba y quedaba listo para ser envasado en sacos de lona y venderlo en los pueblos de la comarca. Con lo que se sacaba de la venta se compraba pescado y carne para el consumo de la familia.