El pasado lunes, un Airbus 320 de la compañía Germanwings, filial de Lufthansa, que cubría la ruta entre Barcelona y Dusseldorf se precipitó sobre los Alpes franceses en el que fue el primer accidente de una compañía low cost en Europa. En el avión viajaban 150 personas, 144 pasajeros y seis tripulantes, y no hubo supervivientes. En los días sucesivos, y una vez recuperada la caja negra de la aeronave, se han ido conociendo detalles en torno al accidente, como que cuando el avión comenzó a perder altura sólo se encontraba en la cabina el copiloto del aparato, y que el piloto no podía entrar al estar la puerta atascada.

El jueves, la Fiscalía de Marsella anunció que la caja negra del avión «había hablado», y terminó por arrojar luz sobre el accidente. En realidad, se trató de un siniestro provocado por el copiloto, Andreas Lubitz, que aprovechó la ausencia del comandante de la nave para dejar caer el aparato, que perdió más de mil metros por minuto, hasta estrellarse en los Alpes. Desde entonces los detalles del suceso aparecieron en las crónicas poco a poco. Lubitz estaba en tratamiento médico por una depresión e incluso había roto un parte médico de baja en el que se le apartaba de sus funciones, por lo que no debía estar a los mandos del Airbus 320 el día del accidente.

Las circunstancias que se fueron conociendo después del suceso condicionan la opinión de los ciudadanos consultados por La Tribuna, pero lo hace de manera muy distinta en cada uno de los casos. Para algunos, el avión sigue siendo el medio de transporte más seguro del mundo. Que no fuera un accidente en sí refuerza esa idea. Para otros, el hecho de que alguien pueda provocar un siniestro como ése es un motivo para pensarse dos veces si coger o no un avión, al menos durante un tiempo. Después de una semana complicada, hay debate entre la normalidad y el miedo justificado.