Arte en una botella

SPC
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Las etiquetas de los vinos, además de distinguirlos por su origen y elaboración, son una seña de identidad con casi un siglo de historia

Arte y vino van de la mano. Lo que en su día fueron meros experimentos por parte de las empresas vinícolas o cartas de presentación de estudiantes para concursos de diseño, actualmente es una realidad y una firme apuesta de la industria. Transformada la etiqueta en todo un emblema, algunas bodegas han decidido dejar su imagen en manos de los mejores artistas y diseñadores del mundo. Pinturas parciales o integrales, botellas serigrafiadas o grabadas a láser, todo vale para una presentación que transmite exclusividad y novedad, y que envuelve a los caldos como si fueran auténticas piezas de museo.

Pero no siempre fue así en la historia de esta bebida. El almacenamiento del vino ha evolucionado desde las ánforas de barro hasta las botellas de vidrio actuales. Esto marcó el camino para diferenciar un envase de otro a partir de su origen y estilo. Las primeras etiquetas solo mencionaban la procedencia del contenido. En este sentido, la industria le debe mucho a la familia Rothschild. Una leyenda que comenzó cuando este poderoso clan arribó en Burdeos y se hizo con la propiedad del Château Mouton (1853) y luego del Château Lafite (1868), ubicados ambos en la comarca bordelesa donde florecen los que están considerados como mejores viñedos del mundo.