El seísmo, desde dentro

I. Ballestero
-

Luis Fernando Redondo, Alberto Menchén y Ramón Villa cuentan a 'La Tribuna' cómo vivieron el terremoto de magnitud 7,1 en Ciudad de México y Puebla, y destacan la solidaridad del pueblo mexicano tras la tragedia

El 19 de septiembre, la tierra en México volvió a temblar. Como si se tratase de una réplica que llevaba aguardando 32 años, el día en que los mexicanos recordaban a las víctimas del terremoto de 1985 tuvieron que lanzarse a las calles para sacar de los escombros a los más de 220 fallecidos por un seísmo de magnitud 7,1, y que llegaba apenas dos semanas después de un temblor que había puesto en alerta al país azteca. Al cierre de esta edición, el número de víctimas mortales no se había precisado aún, pero el Gobierno confirmó la muerte de un español y mantenía la búsqueda de otros diez. Son algunas de las múltiples historias que los emigrantes, algunos de ellos de la provincia, escriben en el margen del relato del terremoto, historias que algunos de ellos han contado a La Tribuna.Luis Fernando Redondo, montieleño, lleva tres años trabajando en Ciudad de México y cuando la tierra comenzó a temblar estaba en la oficina. «Acabábamos de terminar el simulacro para casos de terremoto que se hace todos los 19 de septiembre, aniversario del seísmo de 1985», relata. Estaba en una planta 11 de un edificio de 19 pisos, y reconoce que en un primer momento el temblor le pareció menos grave que el que aconteció el pasado 8 de septiembre. «Entonces estaba en un piso 21, durmiendo, y el bloque se movió como un barco a la deriva». Sonaron las alarmas sísmicas «y todos nos metimos bajo la mesa», y pese a que confirmaron la seguridad del edificio «empezaron a llegar noticias de colapsos de otros inmuebles, y la gente bajó a la calle». En el edificio de El Universal, donde trabaja como consultor tecnológico, vivió el terremoto Alberto Menchén, natural de Membrilla y que está viviendo en Ciudad de México desde que se casó, en el mes de enero. «Salí corriendo a la calle como pude, sano y salvo de milagro», reconoce, para asegurar que es «la primera vez que de verdad he temido por mi vida». La sede de El Universal es uno de esos edificios antiguos «que crujían y nos zarandeaban de un lado a otro, se hacía muy difícil andar». La fotografía en la vía pública era «peor que una película: escenas de pánico, gente corriendo y edificios colapsados». Su obsesión fue localizar a su mujer, «y no lo conseguí hasta una hora después, pasé mucho miedo».Desde su oficina en Puebla atendía a La Tribuna el manzanareño Ramón Villa, que había pasado la noche en su lugar de trabajo porque su casa, en un undécimo piso de un bloque de 22 plantas, había sido desalojada «por grietas en el interior». Se marchó el 9 de septiembre a España por miedo a posibles réplicas del terremoto del día 8, y volvió el lunes a México. El martes viajó hasta Puebla, donde el terremoto derrumbó cúpulas de iglesias y obligó a cerrar colegios y edificios. «Como venía con la maleta del viaje, tengo cosas, pero hay gente de mi edificio que se ha quedado en la calle, sin nada, hasta que puedan volver a sus casas». Por el momento, él había pasado la noche en el trabajo, y aprovechó para fotografiarse para este diario encima de la marca que hay en el patio, una X sobre un fondo verde, en la que se deben colocar en caso de evacuación por un terremoto. Solidaridad. Los tres ciudadrealeños que relataron su experiencia para La Tribuna coinciden a la hora de señalar los efectos devastadores de un terremoto que ha supuesto un macabro aniversario de aquel temblor de 1985, y que ha alimentado el recuerdo de aquella tragedia con más de dos centenares de muertos. Pero también subrayan el ejemplo de solidaridad que está dando la sociedad mexicana tras la tragedia.«Desde el primer momento, la gente ha acudido a ayudar a desescombrar, a llevar mantas, agua y alimentos a las víctimas y a donar sangre», relata Luis Fernando Redondo, que explica que él pasó la noche del martes «acogido en una casita, porque mi edificio es de 22 plantas». Esa solidaridad también la destaca Alberto Menchén. «Hoteles y restaurantes sacaron comida, la gente se puso a ayudar a regular el tráfico para que pudiéramos regresar a casa, la ciudad está volcada con las víctimas», asegura, al tiempo que explica que él y su mujer dedicaron el día de ayer «a ayudar en lo posible». «Esa solidaridad ha sido un ejemplo, todo el mundo, en la medida de lo posible, se ha puesto a ayudar», finaliza Ramón Villa. Tres relatos en primera persona.