Infectados

M. Sierra
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El virus de la 'Cervantina', inoculado por Ron Lalá, deja sus primeras víctimas de la risa en el Teatro Municipal Quijano, con el público puesto en pie pidiendo más Cervantes

L os primeros cinco minutos uno siente expectación. Los que conocen a Ron Lalá, están pendientes de si una vez más conseguirán su propósito de sorprender al que mira. Los que se enfrentan a ellos por primera vez, atónitos al ver sobre el escenario a cinco actores que se presupone van a recrear varios clásicos, a golpe de guitarra y caja de sonido. A medida que pasa el tiempo empiezan a mostrarse otros síntomas, los ataques de risa inesperados, los aplausos al final de cada canción, las pinceladas de ironía, las referencias a la actualidad, el diálogo abierto con los actores. Para cuando el espectador empieza a recitar en voz alta lo que le piden desde el escenario, aunque solo sea una sílaba, el virus de la Cervantina, para el que no hay remedio, ya está inoculado. Y entonces a uno le entran los remordimientos por hablar de Cervantes sólo de centenario en centenario, «sin ni siquiera haberse leído el Quijote», un mal común que a los españoles nos suena a chiste. Todos estos, y otros muchos que aquí no relatamos, son los síntomas que sufre quién ha visto el último espectáculo de Ron Lalá y que el pasado jueves ponía en pie al público del Teatro Municipal Quijano.

Si algo funciona, por qué cambiarlo. Ron Lalá lleva varios años revolucionando el teatro, acercándose a los clásicos con descaro, pero sin perderles el respeto, demostrando que siguen estando de moda, exprimiendo cada texto que utilizan y buscando los agujeros que deja el tiempo para colar por ahí, con atino, guiños a una actualidad que suele sonar a crítica. Con estos mimbres, un arte que solo ellos controlan, se teje Cervantina, que sabe a homenaje, pero que también huele a tirón de orejas con llamadas de atención a unas políticas que se han olvidado de la cultura, pero no de subir el IVA a los que intentan consumirla.

La gitanilla, el Persiles, La Galatea, El viaje del Parnaso, El licenciado Vidriera, El celoso extremeño - en un mix con El viejo celoso-, El Quijote, Rinconete y Cortadillo y El retablo de las maravillas son algunos de los textos, Novelas ejemplares y comedias, que conforman este nuevo cocktail ronlalero que le hace a uno lamentar que la pasión por Cervantes solo nos surja al ritmo que marcan las campanadas de los centenarios. Al español siempre se le dio bien la fiesta y a del pasado jueves acudieron como invitados casi un centenar de personajes y sólo cinco actores que a vista del público construyen y decostruyen a los protagonistas de las historias que relató el autor que «hizo hablar a dos perros cuatro siglos antes que Walt Disney».

Íñigo Echevarría (convertido en divertida musa), Álvaro Tato (en la versión más doliente de Cervantes), Juan Cañas (sobresaliente como Monipodio, entradito en carnes y abuela de la gitanilla) a la que da vida con gracia Daniel Rovalher y Miguel Magdalena (y su complaciente Leonora o su divertida versión del pícaro Rinconete), son de la ‘R’ a la ‘A’, los componentes de Ron Lalá. Un combinado que se completa con la dirección de Yayo Cáceres, que no se ve, pero se siente, ligando sobre el escenario cada pieza de un autor que ellos consiguen que suene divertido. Y lo hacen, sin faltar a la verdad, la que llevó a Miguel de Cervantes a ser desdichado a pesar de ser el primer escritor de un «best-seller» y al que ellos convierten en parte de este juego escénico que empieza y termina con música, sobre un escenario que recuerda a un tablao flamenco y termina travestido en vestuario.

 En la Cervantina, Ron Lalá canta, baila, dialoga con los espectadores y se escapa de los límites del escenario. Y todo eso con el propósito de crear un entorno adecuado para esta pandemia llamada Cervantes y apellidada cultura, para la que por el momento «no hay cura, ni aspirina». El único pero a la noche, es que el Quijano debe ser uno de los pocos teatros que esta compañía no ha llenado. ¡Lástima!